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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Ricardo Rojas Ayrala: Poemas


Ricardo Rojas Ayrala nació el 30 de julio de 1963 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, capital de la Argentina. // por Rolando Revagliatti


Un palafrenero que levantó testimonio
Epitafio del palafrenero de un gran obispo
que, por portento inextricable,
presenció un milagro:



Descansa en paz el noble bruto que sólo
entre sus tramonterías y jamelgos
fue feliz.
Noble, atildado y puro,
como el equino que guardaba,
vio aparecerse volando a la virgen
en los bosquecillos,
quien le habló,
con dulzura y misericordia infinita,
en la tosca y ramplona lengua
de los campesinos.
Compartió la buena nueva,
embriagado de felicidad,
hasta el último instante de sus serenísimos días,
con todos los nobles feligreses
que se allegaban
a los aposentos del confortable obispado.
Dios sabrá qué hacer
con él y su picardía.



(De “Obispos en la niebla”)


*


Horror vacui


Gagarin sabe que la tierra
no es más que una quimera de los hombres,
confinados a este mundo, tan confiados.
Hay algo allá afuera que da pavura,
¿eso será lo que realmente nos mide?
Tan diminutos
los magníficos emprendimientos humanos,
aun los mil seiscientos kilómetros
de la gran muralla china resultan,
en la altura,
un insignificante verme...
Gagarin sabe pero no cuenta,
nada dice,
nada,
apenas sopla su té
que sorbe con estudiada parsimonia.



(De “La lengua de Calibán”)




*


Canta un cisne de Valdivia



“Y esa cabeza que se dobla para escuchar
un murmullo en la eternidad…”
Vicente Huidobro



Soy el último.

¿Qué otro privilegio
es más tonto
que éste?

Todos los míos han muerto
de hambre,
o no sé qué,
en el frío espejo
de este río contaminado.

No puedo sostener
mi cabeza
fuera del agua.

Sólo la aurora
nos extrañará
de algún modo.



(De “Argumentos para disuadir a una jauría y otros usos civiles”)



*


La luz que de tan aguachenta



“Ay, vidalita del infinito,
todo en el aire me llama aquí.”
Juan L. Ortiz





La resolana en el yugo rabioso de todos los días o en cualquier
Gualeguaychú. ¿Brotará esa velocidad de los «chusmeríos» de la
luz demoledora que nos deja tan solos, como en la «internet»
más boba, tiritando a siete «zettabytes» por nuestra alma,
que se entrelaza entre estas toscas branquias escandalosas
que tanto duelen, sin espacios, en esta tristeza y esta
explotación recurrente, no cierto?

¿Enraizará en esa parquedad de quién ve el cielo envenenado tras
su «precio de locos» remontarse, en el poliéster y el telgopor
de los sentimientos más nobles que una vez supimos tener,
desde las cañas secretas, los alambiques al rojo vivo y las peras
cotidianas como una solución «zonza» a estas desesperaciones
íntimas, propias, nacionales, nuestras en definitiva, que nos asesinan,
«tan nuestras», no cierto? Y, mejor, cortemos los caminos.

En un cadáver de lencerías, de pesadas argumentaciones que nos
ausentan de nosotros mismos y de tan cobardes, tan «Armanis»,
se ven en sus papeleras que nos asquean, con sus rumores
flagrantes, los hedores y los pluviales muertos, muertos, muertos.
¿Añorarán esos follajes, como de sauzales, que congelan todo lo que
antes latió o se movió, en un recuerdo antaño alegre asfixiado
para siempre, por siempre, desde siempre «neobarroso» y puro
metal pesado, de lo que ya nunca volverá a hacernos felices
ni una vez más, «nunca nunca», por el «largor» de lo no
mensurable en nuestros corazones, en los corazones nuestros,
encaprichados, ahora, con la náusea mejor, no cierto?


¿Fosforecerá en sencillos sesos juveniles que puedan entender,
comprender, asimilar, sorber, la «última» vez de ese verdear
que se desmaya, así, en el débil horizonte coral o «psicodélico»
de «nomeolvides», en el límite mismo de las neurociencias
y el auténtico «slow food» recién traído del hambre
de Sierra Leona, no cierto? Y, mejor, cortemos los caminos.

Contra el discurso propio, impropio, cínico, vomitivo, de
unos idiotas con títulos en sus mullidas vejigas natatorias
de tanta «CNN», en sus ultramodernísimos aspavientos tan
supositorios. Este capitalismo se cae, tiembla, se les
deshace en las manos tan manchadas de complicidades.
En ese furor de piernas «french» torneadas, o esa dejadez
de rescoldos nazis, o esas «pavesas» que se segregan
festivas desde unas marejadas pestilentes, de certezas obtusas,
tan obsecuentes en su capital expoliador, en su interés,
en sus costosísimas cirugías para el Tercer Mundo. Nunca, ya
aborrezcamos esas resolanas rebeldes, a favor del horror de
los misterios «casi casi» desencantados, hey, que encima
cesaron para siempre, en la mañana eterna del billete de cien,
que sonríe con fe, del «google» perpetuo de dios y la tala
indiscriminada de aquello que verdea, que deseaba no
aquietarse ni para dejarnos parpadear y hundirnos para siempre.
De esos gigantes gringos que tienen sólo a los demonios
famosos como hermanos. Sobre los cuchicheos que soltaban
como rezos milenaristas apenas en arameo, para «abajarse», ante
los obvios desaciertos de las bahías de espantoso alquitrán,
el oloroso inconmensurable, los «biguáes» semimuertos, las
enormes manchas aceitosas, las playas secas, tan oscuras,
sulfatadas, tan grises, la arena que jamás volveremos a pisar.
Y, mejor, cortemos los caminos.

Encima los odios, pues quieren evadirse, genéricos, asmáticos,
atávicos, a la tierra, tan nuestra en sus felices tonsuras,
evanescentes, corridas, fofas, después que nos extrañamos
al encontrar algo «todo sentido», algo de verdad verdadero,
antes de los cuernos de lo que nos atardece, ahí, estas
ansias por trascender, después. Los odios, de dos en dos,
quizás, desmedidos eso sí, de cuatro en cinco, genuflexos,
de su metro sentimental, en su colección de «mp3», distantes,
saltimbanqueándonos, y tal tamborillero, tras esas clases de
enero, de febrero, de marzo, de días nefandos, que la
completud de la mañana «traba». Que la incompletud
de la tarde «traba». Y, mejor, cortemos los caminos.

Qué tanta «traba» de los pelos, como de los lomos, de los
hocicos, de las pezuñas, de los cartílagos más pudendos,
y no se detienen, ni respiran, ni hipan, ni caen, en sus
«ojaláes» de salas de espera, de vodkas mal llevados,
en la escara o en la costra, en estos desahucios ortopédicos tan
transmisibles, en cada uno de esos rumores, por esa clase de
éter que no contiene contemplaciones pequeñas ni dudas
menores, y el «mundo real», de suceder, sucede tan lejos,
lejísimo, a lo más lejos de tí y de mí, parental y aséptico,
tan explotador sin más, sin eufemismos para cosa alguna,
en sus ardores atildados, en sus mascotas de «1.100 watts».


Retornan, en lo «aguachento» de esa luz, que roza, retoza,
esboza, fosa, las cosas, lo que se lleva, en cada gota que
humedece, las mejillas otrora más lozanas y retozonas
de la multitud que se «amucha» por ese presente por completo
anestesiado, litro a litro, en sus mitos instantáneos, en sus
cartogramas de marear en hermoso «4D», en sus estepas más
desoladas, en su estribor más húmedo. Y, mejor,
cortemos los caminos.

Porque miran de tangente, orientales, occipitales, miopes,
«moroccos», la forma de correspondencia entre el índigo,
paliducho, parco, feo, en sus pistones, y el «la» marinerito.
Rayaduras en el horizonte nulo. Es, en sus mismas bandurrias,
en sus acordeonas traicioneras, en sus sambas, que parecen
«sacadas» de algún cuento viejo y olvidado, «chansón», para
un estropeado decoro, para una malograda pavura, cesura corta,
para los mismos «protones» de su «angurria» kilométrica
y episódica. Esas húmedas partituras, que hieden a «jazmines
del país», que nos dejan tan secos, pensando en que
por ahí, quién te dice, quizá, estos cuatro o cinco
estrafalarios millonarios, sensibleros, «paparulos», sosos, que
ya pagaron su crucero a Mizar en «first class», con pañuelos
de seda en el «cogote», no son «tan tan tan» lo que parecen.
Y, mejor, cortemos los caminos.

En un frasco verdoso que deja nulas a las horas nuevas y a
las moscas viejas, que torna «perentorias», las vocales con
cierta declinación cansada en la lengua y más que bobalicona.
Esa boca abierta para los insectos más gordos y más zumbones.
Con cualquiera de esas consolaciones, consuelos, resuellos,
berberechos de esas especulaciones, en sus ironías, en sus
conceptos tan burgueses y clasistas, para todo, como ese
vaso filigranado repleto hasta el borde con agua contaminada
que, de modo «indisimulable», se nos sirve con premura, mis
amigos. ¡A vuestra salud, parroquianos! Patroncitos,
apoltronados en su aplomo. En sus plomos, en sus «porros»
locos, en sus mocos, en sus pocos coros. Igual todo se cae.
Y, mejor, cortemos los caminos.



(De “Un sauzal para Kikí de Cundinamarca”)


*


Nube siete



Brinquemos de alegría en alegría,
brinquemos de desazón en desazón,
brinquemos de insurgencia en insurgencia,
brinquemos con el traje todo arremangado de nubes.
Quién puede contradecirnos, quién se anima, quién retumba,
amada mía. ¡Quién es capaz de objetarnos nada de nada!
Bebamos de la vida a borbotones enloquecidos, juntos.
A tragos seguros, revolucionarios, infantiles, memorables.
Brinquemos, amada mía, brinquemos sin fin.
Así la vida, a nuestra vera frenética y presurosa,
no es más que un infinita danza sagrada
de la posibilidad, desabismándonos.



(De “Las nubes”)



*

Nube treinta y nueve



Apologéticas, dos nubes solitarias,
delicadas, no desatan toda la tormenta.
Intraducibles, quizá, zumbonas,
como un vaso proletario de asaí.
Dos besos suyos, amor mío, tampoco
son todo todo el paraíso.



(De “Las nubes”)



*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ricardo Rojas Ayrala y Rolando Revagliatti, 2016.

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http://www.revagliatti.com.ar/011114.html
http://www.revagliatti.com.ar/huasi.html


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