Él asiente con la cabeza mientras el párroco pronuncia las palabras que lo unirán para siempre a esa muchacha.
Y el cuello de su camisa brilla como el cuello de su camisa blanca de su primera comunión. Sus rasgos no han cambiado mucho desde entonces la misma nariz fina y recta los labios apretados por la nerviosidad.
Lo miro y al mismo tiempo veo a un chico de rodillas sucias que se me acerca con un ramo de rosas y me dice, campante y contento:”Las robé para vos del jardín de doña Eligia; la vieja me hizo correr por el perro”.
-NO SE ROBA…,NO SE ROBA, Juan Manuel, Dios…-y por adentro de mi pecho una emoción y llanto y un apuro tremendo por acomodar las rosas en el jarrón de la salita. Parecían de terciopelo y quedaban tan lindas tendidas hacia mí por esas manos rasguñadas…
Tenía que perseguirlo por toda la casa para cortarle las uñas.
Y para que tomara la leche. Y para que se bañara.
Hoy se bañó sin chistar y dejó su cuarto impregnado de olor a colonia.
Ahora busca en el bolsillo las alianzas. ¿Las habrá y Traído. Siempre se olvida de todo. Me asalta una ansiedad breve como un relámpago. Si allá están. El cura las bendice. Con que cuidado la coloca en el anular de Gabriela. Y ahora ella. Tiemblan los azahares de su tocado, le tiembla la barbilla también. Los dos hacen un esfuerzo por no llorar. Me gustaría poder estrechar la mano de Leandro, muy fuerte, como cuando mirábamos las representaciones de la escuela y Juan Manuel decía su parte balanceándose sobre las piernas como el péndulo de un reloj, enrojeciendo y pestañeando rápido.
-Leandro esa chica no me gusta para nuestro hijo.
-Lo que pasa es que estás celosa-
-¿Celosa yo?...
Casi se me cayeron los platos al suelo.
Leandro abrió el diario para poner fin a la charla y me quedé pensando en las pestañas postizas y las altas plataformas de sus zapatos.
Cuando le hice el mismo comentario a mi suegra me enteré de algo que no sabía ni sospechaba siquiera:
-Yo también dije lo mismo que vos cuando Leandro te trajo a casa por primera vez…
-¿De mí?
Y las dos nos empezamos a reír hasta agitarnos.
Si no hubiera tenido pestañas postizas y altas plataformas ¿Me hubiera gustado más? No.
Seguramente hubiera pensado que era una antigua o tal vez una acomplejada.
Así que Leandro tenía razón: estaba celosa. No me agradó reconocerlo, pero me tranquilizó saber que a mi suegra le había pasado lo mismo…
Recién después que nació Juan Manuel me confesó la receta de los scons “especiales” ya la tarta de ricota que Leandroadoraba. Qué falta me hace la mano de Leandro para apretarla fuerte.
Pero Leandro está junto a esa señora que algunas veces amasará para mi hijo y levantará en sus brazos a nuestros nietos. Y esa señora, Estela (“vamos a tutearnos si, ¿no te parece?) Se enjuga las lágrimas con un diminuto pañuelo de broderie.
Tal vez ella la esté vendo a Gabriela con su traje de primer comunión, o caminando por la casa con sus tacos altos, diminuta señorita de cinco años…,o trepándose a un árbol (me dijo que cuando niña se trepaba un manzano-
Leandro busca mis ojos. Sí, están húmedos. Hice bien en no abusar del rimmel. Me ciñó a aesa mirada, me agarro de ella…Los muchachos se besan, un beso presuroso y tímido.”Ahora ya está”: Y Leandro y yo nos sentimos como dos chicos que están perdidos en un bosque y buscan el camino de regreso a la casa.
La marcha nupcial irrumpe con su música y vamos siguiendo a la pareja sobre una alfombra roja. Por ambos lados la gente se asoma como si estuviera en balcones. Entre el murmullo algunas voces musitan qué bella está la novia, tan jovencita, y él que emocionado, forman una linda pareja, Dios quiera que sean felices, ¿a vos te invitaron a la casa? La madre de ella es la de azul, se ve que están enamorados…
Hace veintiocho años, cuando me casé, escuché las mismas cosas.
Pero tenía menos miedo que hoy. A medida que pasan los años los miedos aumentan. Me digo que soy tonta, que Juan Manuel es todo un hombre, que Gabriela tiene la cabeza bien puesta y no debo preocuparme.
Sí, es fácil decirlo. Pero durante veintisiete años viví preocupada cada día, cada minuto por mi Juan Manuel.
Y una no puede arrancarse las costumbres de un momento para otro.
No puedo dejar de pensar que una aspirina lo ayudaría a sentirse mejor. Llegamos al atrio, “Los novios saludarán en el atrio…”
Juan Manuel me tiende los brazos y nos abrazamos fuerte.
-Vamos mamá, a no aflojar-me dice, empujándome suavemente hacia Gabriela.
Le tomo la carita entre las manos y la beso en las dos mejillas,
-Cuidámelo…-Le ruego. Y oigo que al mismo tiempo, la madre de Gabriela le dice a Juan Manuel, exactamente lo mismo. Me parece una tontería, a mi hijo no le hace falta esa recomendación. Estela debe pensar que a Gabriela tampoco.
Eso me da risa, pero incomprensiblemente no me puedo reír.
Abrazo a Estela, a su marido le estrecho la mano y finalmente me apoyo sobre el pecho de Leandro.
A él le resulta horrible mi vestido largo, mi pequeño sombrero bordado. Yo le dije que él, con frac parecía un pingüino algo calvo.
Pero en este momento no tenemos trajes, no nos impacientamos sabiendo que aún faltan dos o tres horas de fiesta y “relaciones públicas”…, en este momento somos Leandro y María Inés, un hombre y una mujer, emocionados, aturdidos, buscando apoyo uno en el otro, buscando en el bosque un camino para llegar a la casa que nos parecerá demasiado grande y un poco vacía…
-Vamos no se apichonen así…, ya les vamos a dar bastante trabajo con los cinco chicos que pensamos tener-la voz de Juan Manuel es fuerte y segura y, Gabriela agacha los ojos, sonriendo levemente.
Y se van hacia el auto que espera, tomados de la mano, con paso decidido, dueños del mundo.
“Que Dios los bendiga”, murmuro, acurrucándome contra Leandro.”Cuando regresen de la luna de miel, los invitaré a comer budín de acelga, como le gusta a Juan Manuel…,y si ella me pide la receta…”
Si me la pide, ya inventaré una excusa. Que lo hago a ojo, que voy poniendo los ingredientes según la inspiración del momento…
De todos modos, la receta de los scons que mi suegra me dio cuando nació Juan Manuel…no era la verdadera…De eso estoy segura, nunca salieron iguales a los que hace ella.
Poldy Bird del libro “ Nostalgias”
El escondite
Para que no se transformen en cenizas las cosas que he amado, yo tengo un escondite donde las guardo intactas....
Es un lugar que queda entre el sueño y los pàrpados, en la parte de arriba de las lágrimas, a la hora de la siesta.
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