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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Eugenia Cabral: Poesías

Mago dos veces

Hijo y nieto de hechiceros
es el poeta.
Lee en el fuego muerto
la primera intensidad de la llama.
Y adivina su rostro
en el más oscuro espejo.



Destino


Hija soy de la ceniza
donde el barro ha muerto.

Eran las glaciaciones
sobre el reino del verdor.
La mano de Dios que celebró la vida
soplando en los huesos del hombre
habrá sido plena de jugos
y frágil de tiempo.
Ahora
Dios sopla sobre el fuego
largo y frío
y se lleva la Historia al infinito.


(De “El buscador de soles”, Editorial Municipal de Córdoba, 1986)


Obertura

I.

La voz, seducida por el eco, descendía en la luz del cielo.
Hace tanto.
Óvalos de cobre y nácar, detenidos rostros de un vitral;
esparcidas en el dolor, la orfandad, cantábamos con los ojos entornados y sonreíamos.
Luego, el cielo se cargaría de nubes y luego, se desataría la tormenta.



II.

Muerte al siglo XX. El deseo es el terror. La sinceridad es una ermita; el amor, una ermita.

He tallado un rostro en el cuarzo. Lo he tatuado en la pleura, el ventrículo izquierdo, el músculo sartorio.

Los bosques cumplirán un milenio al amanecer.
¿Amaneceremos con ellos?

Sentir beethovenianamente es una locura en estos tiempos.



(De “Iras y fuegos. Al margen de los tiempos”, Editorial Último Reino, Buenos Aires, 1996)


Arcano II


Estás quieto y casi serio
sonriendo.
Observas los pedazos que dejo sobre la mesa,
el abrigo,
la taza.
Trozos, tajos, aberturas,
desmadejamientos,
yo, la insensata,
adormilada –recalando mentalmente en tus brazos-;
barco o sombra de barca en el agua que deslumbra,
liviana,
cargada, cargada.
Llega un barquito cargado de tiempo,
trozos tajos tientos temores
tucanes trompas trampas
torpemente insensata
gimiendo en la oscuridad del tiempo:
nada comprensible;
una atalaya para ver tus ojos;

y sentado,
quieto,
casi serio,
me observas;
danzo;
duplico entradas y salidas del universo;
algunas puertas –compruebo- cerradas;
otras y regreso
a ti
dulcísimo
sin acceso a este laberinto
donde cada galería
ostenta una lámpara.

(De “Cielos y barbaries”, Editorial Alción, Córdoba, 2004)

Tabaco


La rabia dura lo que el cigarrillo.
Luego el humo y la ceniza esparcen

la desmerecida forma de lo que ha sido.
Arder. Arder como la brasa ambigua
que no es llamarada ni es ceniza;
entre secuencias de orden y desorden
arder; arder cual perfume de maderas;
cual ocaso –furia postrer del día-
arder; en pausas de la informática,
detrás de los envases descartables,
con un sexo torpe entre torpes manos,
arder. Como sólo el fuego puede arder.
Como pasión y soledad pueden arder.
Astro perdido en la jungla del cielo
tornando a una casa y a unos padres,
arder. Solícitamente, en honor de un amante,
arder. Ofrecer la transparencia y pretenderla
cada vez con menos fuerza y eficacia.
Arder. En el templo de los bárbaros.
Arder, tan tenue como sea posible,
ante la fatiga de la mirada. Encender
los rubíes de la culpa entre el lodo funeral
y las arenas donde el hedor de lo muerto
sobrevive (¿para qué?) sin condena ni justicia.

En el horno de los bronquios se caldean
la sinrazón de existir abominando
y el humo: símbolo de olvido e impotencia
de querer retener lo que se esfuma
-antes eterno, ahora fugitivo-,
breve danza de amor entre los dedos,
ocaso que arrastra el cuerpo del día
-iluminado de amor- a oscura gruta,
para escandir las formas de la noche
cual sílabas de un poema revelado.
(De “Tabaco”, Editorial Babel, Córdoba, 2009)


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