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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Claudio Simiz: Poemas

Claudio Simiz nació el 1 de junio de 1960 en la ciudad de Buenos Aires y reside en la ciudad de Moreno, provincia de Buenos Aires, República Argentina. // por Rolando Revagliatti







Los hijos

Y mientras el esclavo
y el siervo
y el mensú
y el obrero
engendraban sus hijos,
el amo hacía cuentas
y soñaba
con sus nuevas monedas
de carne encadenada
en su cofre de hierro.
En cambio,
el esclavo
y el siervo
y el mensú
y el obrero
reían,
lloraban,
y danzaban
porque sabían que engendraban hombres.
(de “De pura chapa y otros versos”, 2000)


La tierra

Y la tierra es así:
uno quiere olvidarla,
se estira,
intenta
la aventura del aire,
pero el aire se parece demasiado
a los sueños
y uno aterriza
en cuatro patas,
de rodillas,
de pie,
la columna estremecida.
Al rato
sacude la cabeza,
se palpa
los dolores y los años,
busca un piso más firme
para el próximo esguince.
Los pájaros nos miran,
nos sonríe su corazón azul
que solo caerá una vez.
(de “No es nada”, 2005)

Lugares

I Desde mi ventana

Lo han venido anunciando los zorzales/ el día ya es inevitable/ y crecerá la luz aunque cierre mis párpados/ igual que el olor acre de la muerte/ indiferente y ferozmente ecuánime/
Me pregunto/ si quedará alguna línea aún no escrita/ un hiato un lapsus/ entre tantos millones centillones de instantes/ que absorbemos el aire y lo expulsamos/ hasta quedarnos con el solo silencio/
Ojalá llegue el viento / sabio niño/ a azarearme las páginas del día/ a azorarse en las velas desvaídas de mi desarbolado corazón/ en los páramos/ de a ratos/ la poesía perfuma de otro modo.


II Desde mi biblioteca

Ojos expertos núbiles/ manos trémulas de ensueño o de codicia/ creerán desbrozar saquear mi biblioteca/ que se dispersará/ como un lento y pequeño Bing Bang de silencios/
Ella ha ido creciendo/ ha cambiado de tallas y de nombres/ ha discurrido ocasos y cenites/ y acaso pueda/ contar mejor que nadie mis costillas rotas/ hacer constar en actas las capitulaciones de mis sueños/
Al final/ las miríadas de páginas y polvo/ que fatigué mil veces/ o esquivé tercamente/ resultarán mi cosecha y mi siembra/ la manera de entrarme mansamente/ en el descubrimiento prodigioso del olvido.


III Desde mi espejo

Aquí están mis palabras/ dolientes o dolidas/ aquí está mi silencio/ yo no estoy aquí/
Aquí está mi pellejo/ trasegado de esquirlas y caricias/ aquí mi subrepticia/ mi rotunda osamenta/ yo me he ido hace tiempo/
Aquí yace un obstinado corazón/ un náufrago solitario y espléndido/ después del desamor y el desolvido/ no le tengas piedad/ los sueños saben ser generosos con su presa.
(de “Tríadas”, 2009)

Jornada

I

Nadie mira adelante/ antes de la partida/ los ojos van y vienen/ del puño a la maleta/ del cielo al suelo/ mientras susurran “vamos” las agujas unísonas/
Nadie sueña el mañana/ mientras cierra la puerta/ y sus pasos opacos despiden la vereda/ y guarda en su bolsillo las llaves que darán a la nada/ e inaugura el exilio tempranamente exhausto/
Nadie deja su casa vacía/ nadie se marcha solo.


II

Caminar es la cosa/ aceptar que partir es partirse/ hasta romper con la propia sombra/
Caminar es la cosa/ pactando atajos con la senda crispada/ con la luz temerosa/ con los propios ajenos dubitativos fémures/
Caminar es la cosa/ comprender que la diáspora es una flor secreta que se abre y se cierra cada día/ caminar/ sin que se nos apague el corazón/ intentar que no caiga condenado inocente/ como un huevo de su nido.


III

Todo hombre tiene su instante de ceniza/ y las cenizas saben obstinarse quedamente/ hasta volvernos ciega la mañana/
Todo hombre ha bebido su último trago hasta las heces/ mientras ausculta la memoria de lo que no ha sido/ y acomete a alaridos a la noche impecablemente sorda/
Todo hombre regresará una tarde/ sólo para saber si aún está solo.
(de “Tríadas II”, 2012)


Los ahogados (marina)

Los ahogados son los únicos
que vuelven de las caricias de la muerte.
Nos regresan crecidos,
burilados quién sabe por qué mano,
coloreados como un mantel
en que se ha derramado el vino de la noche.
Vienen de perseguirse por los bosques azules,
del intento de hacerse de burbujas
que siempre escaparán hacia su padre, el aire,
de recorrer senderos
que ceden sus atajos falaces.
Pero regresan,
siempre regresan,
tal vez con algún alga dorada en los cabellos.
Los abismos siempre son más pequeños que una casa;
en el amanecer
la playa se parece demasiado a una cuna.
(de “Actas del naufragio”, 2014)

Hasta siempre
A Javier Adúriz, in memoriam

El poeta lo sabe:
entre la íntegra locura
y la obscena cordura
sólo media un paso,
y él está
(todos estamos)
sosteniendo la vida
con un pie en cada abismo.
(de “Café con lluvia”, inédito)



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Antología en La Revista

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