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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Irma Verolín: Poemas

Irma Verolín nació el 8 de diciembre de 1953 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y en grupos de estudio particulares. // Por Rolando Revagliatti







DOMINGO


Estuve toda la tarde del domingo
acompañada por mi poeta suicida: un libro
de tapas duras
con una flor intensa en la portada.
Blancos tramos de luz se habían filtrado
por las hendijas estrechas
de las cortinas de madera que
fracturaron los versos
renglón a renglón.
Toda la tarde respiré sus palabras
embriagantes
sus voces que traspasaron como luces
un puñado de décadas. La veo
escribiendo, su espalda encorvada
frente a la máquina portátil.
Las letras suenan como disparos
en un juego de niños,
las letras hacen repercutir su voracidad
sobre la mesa y llegan
hasta mí, hoy
domingo,
día caliente de sol
propicio para cruzar más límites, idiomas
otras franjas
más hondas e invisibles.
La muerte jugó la última carta en este asunto,
un movimiento de naipes
como letras clavadas en la tabla de madera,
otro rango en el parafraseo de los golpeteos:
invariablemente se trata de cruzar
alguna clase de espacio.
Y aquí estamos las dos,
a pesar del calor y de sus fluctuaciones, la luz
en esta parte del mundo
se comporta de un modo esperable,
fluye
se enlaza en su vaivén
arquea las palabras
las corta en más pedazos
las multiplica
aún en este verano de piernas abiertas
y toldos desteñidos en despavoridas azoteas.
La sigo viendo a mi poeta
con su espalda encorvada,
ella
que convirtió a su máquina de escribir
en un diapasón
me mira sin asombro
desde otro domingo
lejos
me mira
enclaustrada
con sus inabarcables ojos.



(de “Los días”, en proceso de edición)


*

Un atlas de descomunal tamaño con la cubierta de cuero
y pomposas letras doradas en filoso altorrelieve
contorneando el planeta,
dentro del círculo del mundo
debajo del título puede leerse:
1950 - año del Libertador General San Martín.
Papá abre el atlas:
sonidos de manoplas avanzando por una playa mojada
en el ir y venir de las hojas
zarandeados perfiles de mares y territorios,
el dedo de papá
decidido
robusto
indica un derrotero que se burla de las dimensiones del mundo
y avanza.
Mi hermanito rubio y mi hermano mayor
se acercan
miran
se están asomando a un pozo ciego
y lo que hay para ver los cautiva
irremediablemente.
Los tres contemplan la mentira de las proporciones
el mundo entero al alcance de la mano,
a papá sólo le interesa mostrarles la cordillera de los Andes
su dedo
es el general San Martín atravesándola.
Los héroes hacen esa clase de cosas, explica papá
los ojos de mis hermanos se deslumbran
un héroe desplegado sobre la mesa del comedor
en nuestra propia casa
a media mañana
así como así
y nosotros en camiseta y sin escarapela.



(De “De madrugada”)


*


Un despliegue de cartas españolas
sobre la superficie tambaleante de la colcha
que cubre el cuerpo de mi madre
movedizo
increíblemente movedizo dentro de su enfermedad,
ese vasto sitio donde todo confluye: nuestras conversaciones
el miedo
las manos de los médicos
las de mi madre que dicen ay.
Montones de cartas resguardan ese cuerpo
ahora
y quieren abrigarlo
mamá las ha echado alzando su brazo con brusquedad
—revoltijo en el aire cara y ceca sin pronunciación—
para dar un salto hacia el futuro,
ese otro lugar que no existirá para ella
aunque las cartas vaticinen fabulados prodigios
lunas fosforescentes en la ventana quieta
luces para repartir como caramelitos en un cumpleaños.
Todos aquí
nos asomamos al futuro de mamá
estirando el cuello hacia la colcha
que ya no soporta el colorido de las barajas
ni el temblor rudimentario de su cuerpo.
Está hecho de nácar su cuerpo
deshecho su cuerpo
lábil entre las sábanas
que apenas recuerdan sus perfiles
las líneas
las rugosidades,
ese cuerpo que se adelgaza en una precipitación
que no conoce límites.
Grande es el sitio que la espera apenas su cuerpo logre olvidar
cada una de las cosas que hoy la alimentan y cobijan,
nácar como piedra o interior de caracola
nácar los diminutos botones de su camisón.



(De “De madrugada”)


*


SUS OJOS


No había nada detrás de sus ojos
sólo un mar sin movimiento,
un mar
de aguas oscuras
con peces nadando en cámara lenta
y sirenas desmenuzadas
en un fondo sin fondo
entre montañas hundidas
que alguna vez fueron
remotamente
animales que el tiempo extinguió.
Sus ojos
a pesar de todo
buscan
en mí
otro mar
parecido y distante
para acariciarlo con su mirada.


(de “Los días”- en proceso de edición)


*


DESPEDIDA


pusiste mi mano sobre tu pecho
y cerraste los ojos:
mi mano quedó dentro de tu pecho.
Del otro lado de tus ojos
mi mano acarició tu memoria
parsimoniosamente,
mi mano se ahogó en tu lisa memoria, después
alguien silbó en el pasillo.
La tarde pulió sus aristas,
despedirse es fácil
cuando el silencio envuelve a la vida
sin límites,
el silencio es un pequeño dios
que convierte nuestra despedida en sitio de llegada.
Puedo mirar ahora
mi propia muerte en tus ojos,
la veo trepándose sobre el borde de mi nombre
y nos cobija a los dos


(de “Invierno”, inédito)


*

POLLERAS


Con sus polleras largas iba mi bisabuela a través
del campo,
un campo muy grande
tan grande como este país
que una mañana la atrajo igual que un imán
desde el otro lado del océano
hasta estos espacios fronterizos,
un campo que se mira
y se huele
y se transita arrastrando esas polleras
que terminan con el ruedo embarrado.
Anchas las polleras,
inmenso el país
hecho y deshecho entre un rumor de ranitas y bicheríos
escoltando esa caminata
que dura toda la vida
y que roza la mía hoy
a estas alturas de las penurias
del nuevo milenio,
un siglo después casi exactamente.
Veo el cielo abierto dado vuelta y al campo
por el que mi bisabuela va
como una taza que cayó de boca
y perdió el contenido,
el cielo de pronto
le robó el campo al país
sus moneditas tristes
sus pálidas pertenencias y ella,
mi bisabuela
lo camina sin escuchar
sin ver
sin que exista sobre esta tierra para nadie
otro lugar, el cielo
se cayó de bruces
ya no acompaña al paisaje
ni a los pasos de mi bisabuela
que ha perdido su voz
su propia voz muy ajena
en ese trajinar de lavar ropa y pisos y fregar
lo ensuciado por la vida una y otra vez
una y otra vez
y otra vez ella piensa en el ruedo embarrado de su pollera
en las cacerolas sucias
en el fuentón donde se cansarán sus brazos
mientras pasan las horas
de refilón
y rasguñan las paredes de una casa que se viene abajo.
Mi bisabuela camina sobre mis propias huellas
en este terraplén
rústico
desiluminado
en este escenario de mampostería, cielo revuelto
donde se resbalan las pisadas
una mujer camina
y el campo
sin un cielo que lo cobije
lo desconoce todo:
el nombre de mi bisabuela
sus polleras con el ruedo embarrado
y nuestra interminable caminata.



(Inédito de un libro en preparación titulado “Árbol de mis ancestros”)


*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina, Irma Verolín y Rolando Revagliatti, 2015.

*
www.about.me/rrevagliatti


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