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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Victoria Lovell: Entrevista de Rolando Revagliatti



Victoria Lovell nació el 6 de febrero de 1956 en la ciudad de Rosario (donde reside), provincia de Santa Fe, la Argentina.
- Por Rolando Revagliatti


1 — Me valgo de un dato, Victoria: tu madre es Profesora en Letras. ¿Armamos la constelación?

VL — Es así: mi madre, Ana María Calatroni, obtuvo su título en la primera promoción de la Facultad de Filosofía y Letras, la que en la actualidad se denomina de Humanidades y Artes. Mi padre, Filiberto Lovell, era ingeniero. Y tengo un hermano tres años menor, Ricardo. Mi abuelo, el doctor Alfredo Lovell, nacido en Marbella y de ascendencia inglesa, llegó a la Argentina en 1911. Junto con el doctor Juan Álvarez organizaron la actual Biblioteca Argentina. Y allí, donde mi abuelo fue el primer bibliotecario, por azar, estoy dictando un taller. La hermana de papá, Gloria Lovell, fue una de las primeras pediatras que hizo de la medicina un trabajo social. Fue la primera mujer directora del Hospital de Niños, y yo, su paciente. En la familia de mi padre había ciertos principios inclaudicables: mi abuelo servía un té en la Biblioteca a las cinco de la tarde para que pudieran concurrir obreros y estudiantes; mi padre hizo barrios obreros. Por vía materna, mi abuelo, a quien no conocí, Ricardo Calatroni, fue doctor en química y violinista, y mi abuela, Ana Caviglia de Calatroni, rebautizada por mí como Yayi, era pintora, y en un sentido profundo, mi alma mater. Como verás, varias figuras fuertes.



2 — ¿Por dónde, cómo circulaste en tu educación?

VL — Cursé el primario y el secundario en un colegio católico, Adoratrices, por decisión materna, ya que mi familia paterna era anti-monárquica y atea, gracias a Dios, según el decir de mi tía pediatra. Desde muy chica gocé de la libertad de poseer una biblioteca que me permitiera tener acceso a los libros que quisiera, aunque esa libertad tenía su restricción: debía comportarme de acuerdo a ciertos cánones sociales. Algo evidentemente no funcionaba y me encargué de averiguarlo. Recuerdo casi de memoria el comienzo de “Demian” de Hermann Hesse: “¿Por qué todo aquello que tendía a fluir libremente de mí habría de serme tan difícil?” Estaba ya cursando el profesorado de Letras cuando en 1976 se produjo el levantamiento de las Fuerzas Armadas, la dictadura militar. Siento que pertenezco a una generación perdida porque gran parte fueron desaparecidos o su militancia política fue en la cárcel.


3 — Y te recibiste.

VL — Me recibí, publiqué mi primer libro. Un año antes, en 1980 me casé con Reynaldo Uribe, arquitecto, imprentero y poeta. Él estaba separado (recordarás que el divorcio en la Argentina fue posterior). Comenzamos a convivir de a tres, ya que su hija Carolina tenía a su mamá exiliada. Tuvimos tres hijos: Nicolás, Imanol y Federico. Y además sostuvimos proyectos culturales en común: Cooperart, la creación de los talleres La Escuelita (cuando Reynaldo era Director del Centro Cultural Bernardino Rivadavia —1990-1995—, en la actualidad Centro Cultural Roberto Fontanarrosa), revistas que él dirigía y en las que yo colaboraba (“Juglaría”, “Casa Tomada”, etc.). El taller que coordino es la continuación de aquella experiencia. En 1996 nos separamos y continué escribiendo, trabajando, estudiando para la licenciatura en Letras, en Humanidades y Artes, y criando a mis hijos. Y ahora construyendo otra pareja, con Oscar de Sanctis, doctor en Física, en fin, viviendo.


4 — Ignoraba que hubieras estado casada con Reynaldo Uribe (1951-2014). Nunca nos vimos él y yo, pero me ha publicado poemas en “Juglaría”. ¿Nos ofrecerías una semblanza de él? ¿Te referirías a su poética?

VL — Cuando lo conocí a Vasco, él ya dirigía “Juglaría”; es más, nos conocimos en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, y había publicado en su revista uno de mis primeros poemas; imaginate mi emoción. Ahora pienso: qué casual ese encuentro; ya que después fue el director del Centro Cultural. Un notable gestor. Uno de sus objetivos había sido la participación activa de los jóvenes, que se apropiaran de un espacio, hasta ese momento distante, y lo habitaran. Lo hizo posible gracias a un proyecto que entendía la cultura como una construcción participativa plural. Implementó la dinámica de talleres y cursos en diferentes áreas y el conjunto de los mismos fue llamado, primero en forma privada y después pública, La Escuelita, que tenía su propia publicación periódica. Fue un período de gran entusiasmo y aprendizaje para todos los que formamos parte.
En cuanto a su poética, por supuesto, cada lector elige sus páginas. A mí uno de los libros que más me interesó fue “Resistencia”, prologado por mí en 1986; en 2007 fue incluido dentro de un corpus mayor, “Los elegidos”, una antología personal. A modo de reseña de este volumen escribí:


“Él elige la materia con la que trabaja, observa, prueba, descarta, selecciona. Este proceso de composición se establece a partir de una fuerza ordenadora. La primera parte de este nuevo libro es “Resistencia”, su tercera reedición, las anteriores datan de 1984 y 1986. Ahora reaparece formando parte de un texto mayor subdividido en cuatro partes: Resistencia, Vulneración del misterio, Los elegidos, Ruinas circulares.
El gesto y el acto poético raramente se corresponden; pero en “Resistencia” pareciera ser que sí, hay dos fechas: 1976-1983; ningún lector puede desconocer esa etapa de la vida constitucional de nuestro país y cabe preguntarse cómo se escribía y cómo se difundía durante la represión; debe sostenerse la interrogación, no apurarnos en reseñar, en etiquetar modos de producción poética que hoy ya forman parte de la historia de la literatura. Sí cabe señalar que algunos de los poemas de “Resistencia” tuvieron una circulación por fuera del formato libro; a comienzos de los ‘80 aparecieron pintadas callejeras con textos de Felipe Aldana, Paco Urondo y Reynaldo Uribe, entre otros, firmadas por “El poeta manco”.
El lector de poesía intuye con cierta rapidez cuando se enfrenta a una obra como totalidad o a la yuxtaposición de los poemarios que la conforman. En “Los elegidos”, Reynaldo Uribe recupera y afianza el tono de sus mejores poemas. Poesía breve, nominal, a veces epigramática: “Cuando todo estuvo creado,/ el hombre/ se permitió ser niño.” Lo nombrado regresa y en esa iteración puede leerse paradójicamente la crítica a los modelos de la globalización; pero también el fracaso de la propia resistencia; no hay regreso a un mundo primigenio.
“Alguien quiere” el lugar de este sujeto indefinido, es el de la mirada ubicua del poder que permite diferentes combinatorias: “que en límites / negros y lejanos / encontremos nuestras huellas” o “que el amor / sea una rata / que camine / por las entrañas.” A veces se sustituye por quién: “quién podrá / quién / será capaz / de sepultar / la memoria:”
¿Quién elige a los elegidos, el autor en su antología o Ella? Quién escoge, selecciona sus flores, que el movimiento de las lenguas permite recoger del griego? “Antología”, anthos, flor y lego, escoger; y también la derivación etimológica en la palabra latina lectus-us, lectura, que proviene de la misma raíz griega lego. El oxímoron, como figura retórica privilegiada de la paradoja, permite otorgar una nueva significación a los opuestos: “Ella vaga / enamorada de la vida”; pero ella es la muerte.
En el prólogo, quien firma como Autor dice: “Morir de muerte natural o conspirando”, “Ella buscará a los elegidos…” Y Reynaldo Uribe, nuevamente desafiará a sus lectores.”



5 — ¿Dedicamos un espacio a Papeles de Boulevard? ¿Quiénes la fundaron, qué autores difundieron?

VL — En 2007 surgió Papeles de Boulevard con la publicación y presentación conjunta de cinco títulos de poesía pertenecientes a sus editores: Nora Hall, Alejandro Pidello, Armando Raúl Santillán, Mercedes Yafar y yo. El gesto de apertura editorial fue muy bien recibido por los escritores y, si se realiza una lectura conjunta de estos libros, se verá que responden a líneas estéticas diversas. Tanto el nombre como el logo editorial hacen referencia a Boulevard Oroño (una arteria tan importante en mi ciudad que hasta tiene su propia entrada en Wikipedia), donde la mayoría de nosotros vivimos.
Propusimos a los autores ediciones asequibles, con una estética cuidada (volúmenes de formato pequeño) y retomar un diálogo con los artistas plásticos, incorporando su obra a nuestras tapas. Contamos con dos colecciones: Papeles de Boulevard (poesía) y Papeles de Ocasión (lecturas ensayísticas). Aclaro que muchos de nuestros autores no son de Rosario. Tal es el caso de Inés Manzano, recientemente fallecida, quien publicó su primer y último poemario con nosotros, “Si es puñal que me mate”. Hasta el momento tenemos publicados veintisiete libros, el último es “Malade” de Marcela Armengod.


6 — Has abierto un canal en YouTube. Ya hay algún videopoema. ¿Prevés realizar otros?

VL — Sí, en 2014 editamos junto con mi amiga, la artista plástica Patricia Frey, una serie de videos poemas denominados “Las Proyectalunes”. La intención fue trabajar con obras de ambas, respetando los soportes papel y lienzo. Como habrás visto, la estética es minimalista, tienen una duración aproximada de un minuto y medio y no hay efectos por fuera; sólo algunos ruiditos significantes. Fue bastante experimental y la idea es continuar. Veremos cómo.


7 — En 1983, la prestigiosa revista “Koeyú Latinoamericano” de Caracas, Venezuela, publicó un trabajo tuyo titulado “Vamos a hablar de Javier Heraud” (dos décadas después de ser acribillado —a sus veintiún años, ese poeta guerrillero del Movimiento de Izquierda Revolucionaria— por la Guardia Republicana del gobierno militar que había usurpado el poder en Perú).

VL — Ese artículo fue publicado hace más de treinta años; estuvo influido y motivado por las circunstancias históricas y políticas del momento. Estábamos transitando el comienzo de las salidas de las dictaduras en Latinoamérica; por lo tanto, opino que hoy habría que abordar la gran poesía de Javier Heraud desde otra mirada.


8 — Numerosos han sido los cursos de postgrado y de perfeccionamiento que has realizado desde 1976. ¿De cuáles te ha quedado la mayor valoración?

VL — A lo largo de mi vida siempre estudié lo mismo. En esa repetición está la diferencia. Cuando me recibí en el profesorado de letras todavía estábamos bajo la dictadura militar. Cuando comenzó la democracia me anoté en la Facultad de Humanidades y Artes para cursar la licenciatura porque me interesaba muchísimo continuar con mi formación; así que rendí aquellas materias y seminarios que no estaban homologados con mi título de profesora.
Una experiencia enriquecedora fue cursar el seminario de Metadiscurso con María Isabel Gianni, dedicado a Ezequiel Martínez Estrada. Una vez finalizada la instancia formal nos dedicamos a investigar juntas ciertos aspectos de su obra y participamos en el Primer Congreso Internacional sobre la vida y la obra de Martínez Estrada, en la ciudad de Bahía Blanca, en 1993.
Mi ensayo, “Martínez Estrada ante Kafka” (publicado en las Actas del Primer Congreso), abordaba la lectura que Martínez Estrada realizó de Franz Kafka. En “Muerte y transfiguración de Martín Fierro” revela la imposibilidad de continuar con una tradición literaria después de leer a Kafka. Esa revelación es altamente significativa en un escritor como Martínez Estrada, cuya obra se aparta de todo intento taxonómico, “un escritor incómodo” para los historiadores de la literatura. Esa “incomodidad” podría relacionarse con el cambio de “género” y tener como fecha inicial 1933, cuando se publica “Radiografía de la pampa”.
Otra experiencia imborrable fueron las clases dictadas por Nicolás Rosa en Análisis y Crítica II. Así como la participación asidua como invitada en “El Malestar en la Cultura”, ciclo organizado por dos psicoanalistas: Laura Capella y Jorge Fernández.


9 — Porque has producido teoría a partir de Felipe Aldana (1922-1970) es que me parece interesante que te refieras a él.


VL — Cuando leí por primera vez la obra reunida de Felipe Aldana en Ediciones I. E. N. (Instituto de Estudios Nacionales), 1977, quedé fascinada. Sobre todo frente a “Poema materialista”, escrito en 1948, porque en este texto están presentes todos los hallazgos de la vanguardia: el lenguaje coloquial, la irrupción de lo cotidiano, la transcripción de una melodía de la Séptima Sinfonía de Beethoven, con el uso de la didascalia (para silbar) como elemento integrador del extenso poema dividido en dos secciones: Parte Primera y Segundo Nacimiento. En esta aclaración, para silbar, hay una acción performativa que estuvo presente en otras intervenciones del poeta.
Te cuento una anécdota: cuando dio una conferencia sobre la poesía popular, en ARICANA (Asociación Rosarina de Intercambio Cultural Argentino Norteamericano), se despidió diciendo: “Y ahora me voy a la esquina que es donde se cruzan las calles y es donde nace la poesía popular”. Y se fue silbando un tango (el público de esa época no estaba preparado para ese final tan poco formal).
Realicé un trabajo de investigación sobre su obra, que inauguró una sección, “Los Olvidados de la Literatura Argentina”, en la revista “Juglaría” (Nº 3, 1981). En simultánea di conferencias sobre su poética, y el taller que dicté en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, no solo lo bauticé “Felipe Aldana”, sino que en la puerta podía leerse: “Para escribir un solo poema / hay que estar loco de belleza.” Este poema fue uno de los elegidos por El Poeta Manco (un grupo cultural que realizó acciones urbanas durante el período que abarcó el fin de la dictadura y el comienzo de la democracia). Pintaban en las paredes textos y los militantes políticos los respetaban e interactuaban con las consignas del momento. Mi ensayo fue replicado en la revista “Al Sur del Cielo”, en 1985.
Por suerte, hoy el Premio Municipal de Poesía de mi ciudad lleva su nombre. Su poética sigue interpelando al lector actual. No quiero dejar de mencionar otra de sus obras, “Los poemas del gran río”, compuesta por cuarenta y seis piezas breves; síntesis, contemplación del paisaje local que evoca el misticismo oriental, y se hermana con la poesía de Juan L. Ortiz y de su amiga Beatriz Vallejos. Transcribo de ese poemario: “Bajo la luna / el sauce / con las barbas en el agua / es un monje budista / meditando sobre la apariencia / mientras su imagen sumergida / medita sobre la verdad.” Bello, ¿no?



10 — En 2001 participaste en “Chile y la poesía hispanoamericana en América y Europa”, realizado en la ciudad de Valdivia.

VL — Fue un congreso organizado por un grupo de intelectuales chilenos exiliados durante la dictadura de Pinochet. Nos conocíamos de otro congreso, en la Universidad de Oregón, en la ciudad de Eugene, Estados Unidos, donde había participado como poeta y expositora con una ponencia, “El cuerpo rozado apenas del poema”, sobre los ensayos de César Vallejo. Indagué sobre el concepto del poema como intraducible, que él presenta en su “Electrones en la obra de arte”. También sobre su posición des-centrada con respecto a las vanguardias. La experiencia cosmopolita de Vallejo debe ser comprendida desde una perspectiva más amplia, que incluya a varias generaciones de intelectuales y artistas latinoamericanos que se vieron en la necesidad de abrir o de forzar las fronteras de sus propias culturas para transformar sus realidades histórico-sociales. Es desde Europa donde el americano recupera su propia mirada. Desde ella es que Vallejo asumirá su condición americanista; mirada especular que le hará decir en defensa de Rubén Darío, como respuesta a la opinión del uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) que: “La indigenización es acto de sensibilidad indígena y no de voluntad indigenista”. Aceptar su destino como americano fue en César Vallejo una condición ineludible, donde lo estético y ético se fusionan de tal manera que cuando rozamos el cuerpo del poema no podemos dejar de rozar el cuerpo del hombre, César Vallejo: su carnadura existencial. Siempre son enriquecedores los intercambios y hubo un interés genuino y una recepción abierta tanto para mi poesía como para mi ponencia.
En Chile, en el mismo viaje de 2001, visité Isla Negra y escribí “César Vallejo en Isla Negra”, un poema irónico sobre la suerte que tuvieron Pablo Neruda y él. Como verás, los abordajes que realizo sobre distintos autores me acompañan en un plano existencial. Cada vez estoy más convencida de que somos lo que leemos, o dicho de otro modo, la pregunta por lo autobiográfico es la pregunta sobre la experiencia de la propia lectura.


11 — ¿Y retornando a tu actualidad?


VL — El año pasado se conmemoraron los veinticinco años del taller que coordino, dependiente de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario. Aunque había interés en algunos sectores educativos para que yo publicara un libro sobre talleres, preferí incluirme en la creación de una novela plural junto con mi grupo, en calidad de coordinadora de “Perdón, ¿usted vio a mi gato?”, Editorial Reloj de Arena, y cuyos autores son Rosana Alcobé, Julia Caravaca, Luján Enorad, Pamela Gaido, Pablo Giangreco, Pablo Padial y María Emilia Padinger. Su concepción demandó dos años de sostenido y valioso aprendizaje. La novela fue presentada en diciembre en la Biblioteca Argentina, y gracias a la gran convocatoria que tuvimos, efectuamos una reedición.
Y en lo estrictamente personal, estoy escribiendo desde 2014 un largo poema, “Memorias de un olvidante”. En ese oxímoron me defino. El término surgió a partir de una conversación entre amigos: yo había afirmado que no era olvidadiza sino olvidante. Uno de ellos amenazó: “Te robo el término”, y yo pensé que tenía que escribir desde ese lugar donde el sujeto con plena consciencia decide olvidarse. Así comienza mi work in progress:

Memorias de un olvidante


Olvido y regreso en ese instante al olvido
hurto su mercancía o la abandono
al abandono que no demanda.

Abono el olvido con hormonas líquidas
cuando en los equinoccios
la naturaleza entra en su propio sopor
o se inflama de sí misma.

Desmalezo el olvido
que no se infecte de babosas
adheridas a los órganos blandos.
Sembrar con sal lo no pronunciado
los gestos de pasiones equívocas;
sembrar con sal los sueños ajenos
donde posamos tan desnudos sin permiso.

Tan sin siempre es abundancia
que alimenta el olvido.

Nadie está obligado a poseer
un amante que en el desacomodo
prohíja constelaciones
retrotrae el tiempo al primer milenio
cubiertos con ásperas capas
para escapar de la peste
pero la peste es un convite
que halaga las retinas
el veneno vertido en el oído
la serpiente en el jardín.

No hay escurridizos en este olvido.
Sujeto a la amarra sopesa el olvidante
la dirección del viento
el brillo atemperado del oro ido en lo ido.
El olvidante recupera
los movimientos no la sinfonía
sin instrumentos el viento
sacude la amarra, arremolina y desarticula
toda secuencia lógica.

Atonalismo que revierte toda sospecha de creencia
en el leit motiv de la melodía.
El olvidante sabe de la hipocresía del souvenir
de las ronroneantes sílabas del espejismo
ignora todo resabio de idolatría
ya no lee al otro
ya no se olvida en el otro, el olvidante.

Para contactarnosescobarlarevistadigital@gmail.com

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