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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Poldy Bird: Cuentos


QUE DIOS LOS BENDIGA

Rec
ién ahora, enfundada en este vestido que equivale a varias horas de torturante prueba y a muchos días de indecisión con respecto al color, a la hechura más la elección de los complementos adecuados…,recién ahoramirando su perfil, la comba de la frente, el mechón que n engominado resulta rebelde me doy cuenta de lo que sucede.
Él asiente con la cabeza mientras el párroco pronuncia las palabras que lo unirán para siempre a esa muchacha.
Y el cuello de su camisa brilla como el cuello de su camisa blanca de su primera comunión. Sus rasgos no han cambiado mucho desde entonces la misma nariz fina y recta los labios apretados por la nerviosidad.
Lo miro y al mismo tiempo veo a un chico de rodillas sucias que se me acerca con un ramo de rosas y me dice, campante y contento:”Las robé para vos del jardín de doña Eligia; la vieja me hizo correr por el perro”.
-NO SE ROBA…,NO SE ROBA, Juan Manuel, Dios…-y por adentro de mi pecho una emoción y llanto y un apuro tremendo por acomodar las rosas en el jarrón de la salita. Parecían de terciopelo y quedaban tan lindas tendidas hacia mí por esas manos rasguñadas…
Tenía que perseguirlo por toda la casa para cortarle las uñas.
Y para que tomara la leche. Y para que se bañara.
Hoy se bañó sin chistar y dejó su cuarto impregnado de olor a colonia.
Ahora busca en el bolsillo las alianzas. ¿Las habrá y Traído. Siempre se olvida de todo. Me asalta una ansiedad breve como un relámpago. Si allá están. El cura las bendice. Con que cuidado la coloca en el anular de Gabriela. Y ahora ella. Tiemblan los azahares de su tocado, le tiembla la barbilla también. Los dos hacen un esfuerzo por no llorar. Me gustaría poder estrechar la mano de Leandro, muy fuerte, como cuando mirábamos las representaciones de la escuela y Juan Manuel decía su parte balanceándose sobre las piernas como el péndulo de un reloj, enrojeciendo y pestañeando rápido.
-Leandro esa chica no me gusta para nuestro hijo.
-Lo que pasa es que estás celosa-
-¿Celosa yo?...
Casi se me cayeron los platos al suelo.
Leandro abrió el diario para poner fin a la charla y me quedé pensando en las pestañas postizas y las altas plataformas de sus zapatos.
Cuando le hice el mismo comentario a mi suegra me enteré de algo que no sabía ni sospechaba siquiera:
-Yo también dije lo mismo que vos cuando Leandro te trajo a casa por primera vez…
-¿De mí?
Y las dos nos empezamos a reír hasta agitarnos.
Si no hubiera tenido pestañas postizas y altas plataformas ¿Me hubiera gustado más? No.
Seguramente hubiera pensado que era una antigua o tal vez una acomplejada.
Así que Leandro tenía razón: estaba celosa. No me agradó reconocerlo, pero me tranquilizó saber que a mi suegra le había pasado lo mismo…
Recién después que nació Juan Manuel me confesó la receta de los scons “especiales” ya la tarta de ricota que Leandroadoraba. Qué falta me hace la mano de Leandro para apretarla fuerte.
Pero Leandro está junto a esa señora que algunas veces amasará para mi hijo y levantará en sus brazos a nuestros nietos. Y esa señora, Estela (“vamos a tutearnos si, ¿no te parece?) Se enjuga las lágrimas con un diminuto pañuelo de broderie.
Tal vez ella la esté vendo a Gabriela con su traje de primer comunión, o caminando por la casa con sus tacos altos, diminuta señorita de cinco años…,o trepándose a un árbol (me dijo que cuando niña se trepaba un manzano-
Leandro busca mis ojos. Sí, están húmedos. Hice bien en no abusar del rimmel. Me ciñó a aesa mirada, me agarro de ella…Los muchachos se besan, un beso presuroso y tímido.”Ahora ya está”: Y Leandro y yo nos sentimos como dos chicos que están perdidos en un bosque y buscan el camino de regreso a la casa.
La marcha nupcial irrumpe con su música y vamos siguiendo a la pareja sobre una alfombra roja. Por ambos lados la gente se asoma como si estuviera en balcones. Entre el murmullo algunas voces musitan qué bella está la novia, tan jovencita, y él que emocionado, forman una linda pareja, Dios quiera que sean felices, ¿a vos te invitaron a la casa? La madre de ella es la de azul, se ve que están enamorados…
Hace veintiocho años, cuando me casé, escuché las mismas cosas.
Pero tenía menos miedo que hoy. A medida que pasan los años los miedos aumentan. Me digo que soy tonta, que Juan Manuel es todo un hombre, que Gabriela tiene la cabeza bien puesta y no debo preocuparme.
Sí, es fácil decirlo. Pero durante veintisiete años viví preocupada cada día, cada minuto por mi Juan Manuel.
Y una no puede arrancarse las costumbres de un momento para otro.
No puedo dejar de pensar que una aspirina lo ayudaría a sentirse mejor. Llegamos al atrio, “Los novios saludarán en el atrio…”
Juan Manuel me tiende los brazos y nos abrazamos fuerte.
-Vamos mamá, a no aflojar-me dice, empujándome suavemente hacia Gabriela.
Le tomo la carita entre las manos y la beso en las dos mejillas,
-Cuidámelo…-Le ruego. Y oigo que al mismo tiempo, la madre de Gabriela le dice a Juan Manuel, exactamente lo mismo. Me parece una tontería, a mi hijo no le hace falta esa recomendación. Estela debe pensar que a Gabriela tampoco.
Eso me da risa, pero incomprensiblemente no me puedo reír.
Abrazo a Estela, a su marido le estrecho la mano y finalmente me apoyo sobre el pecho de Leandro.
A él le resulta horrible mi vestido largo, mi pequeño sombrero bordado. Yo le dije que él, con frac parecía un pingüino algo calvo.
Pero en este momento no tenemos trajes, no nos impacientamos sabiendo que aún faltan dos o tres horas de fiesta y “relaciones públicas”…, en este momento somos Leandro y María Inés, un hombre y una mujer, emocionados, aturdidos, buscando apoyo uno en el otro, buscando en el bosque un camino para llegar a la casa que nos parecerá demasiado grande y un poco vacía…
-Vamos no se apichonen así…, ya les vamos a dar bastante trabajo con los cinco chicos que pensamos tener-la voz de Juan Manuel es fuerte y segura y, Gabriela agacha los ojos, sonriendo levemente.
Y se van hacia el auto que espera, tomados de la mano, con paso decidido, dueños del mundo.
“Que Dios los bendiga”, murmuro, acurrucándome contra Leandro.Cuando regresen de la luna de miel, los invitaré a comer budín de acelga, como le gusta a Juan Manuel,y si ella me pide la receta…”
Si me la pide, ya inventaré una excusa. Que lo hago a ojo, que voy poniendo los ingredientes según la inspiración del momento…
De todos modos, la receta de los scons que mi suegra me dio cuando nació Juan Manuel…no era la verdadera…De eso estoy segura, nunca salieron iguales a los que hace ella.
Poldy Bird del libro “ Nostalgias
El escondite
Para que no se transformen en cenizas las cosas que he amado, yo tengo un escondite donde las guardo intactas....
Es un lugar que queda entre el sueño y los pàrpados, en la parte de arriba de las lágrimas, a la hora de la siesta.

Llego hasta allí andando por las lajas de mi quinta: cesped de esmeraldas vivas, charquitos donde suenan las ranas de lata verde, agujas flexibles que caen de los pinos. ....Llego hasta allí descalzandome después de la lluvia, pisando los treboles con los pies desnudos, frotando una ciruela en la manga de la blusa y viendo saltar su jugo rosa contra un cielo que la tarde vuelve carmín........Al escondite no se puede ir entre gente apurada............
Al escondite no se puede llegar sobre grises asfaltos. Ni en ascensor. Ni en auto último modelo.
Y sí se llega en tranvía de Bonn, de Roterdam, en omnibus de dos pisos de Londres.
Y se llega agarrandose fuerte de la cola de un barrilete.
Y se llega por las escaleras del silencio con un ramito de lluvia entre las manos, como si fuera un ramo de violetas........
por que para mí el ramo de violetas es casi un pasaporte obligado a la infancia: las tres hermanitas poniamos un ramo de violetas sobre la tumba de Franck Brown, los domingos, cuando íbamos al cementerio a llevar flores a mamá. Franck, el payaso que nunca conocimos por que había muerto muchos años antes de que nacieramos.
Franck Brown, de quién la abuela nos contaba cuentos "Tenía la cara enharinada y dos lágrimas de carbonilla negra. Tenía cuellos de volados almidonados que parecían corolas de flores. Y un gorro de arco iris, muy pequeño, muy pequeño, igual que una mariposa de alas abiertas posada sobre su cabeza. Con su circo recorría todas las provincias argentinas, llevando magia y alegría a los grandes y a los chicos. En su cara versearon y cantaron payadores. Betinotti fue uno de ellos. Franck Brown hablaba un castellano inglesado pero tomaba mate y conocía los caminos como un baqueano".
En mi escondite Franck Brown saluda con una reverencia y tres niñas le tienden tres ramos de violetas en agradecimiento de una función de circo que nunca vieron pero que presintieron desde siempre.
En mi escondite el viento infla un vestido de organza blanca
de primera comunión que mi mamá nunca me vió puesto.
Hay un río al que tiraba piedras cuando podía escaparme de mi casa a la hora de la siesta, cuando los grandes dormían y yo de repente ya no le tenía miedo a las arañas.
Hay un libro de poesía dominicana en donde aprendí de memoria los primeros poemas de Manuel de Cabral. A Manuel lo conocí hace dos años, por la calle Florida; le recité uno de sus poemas aprendidos en mi niñez y el me regalo sus libros dedicados y firmados. Son esos que no les presto a nadie. Son los que les leo en voz alta a mis amigos, cuando vienen a visitarme.
hay pedacitos de turrón que yo me levantaba a roer, silenciosamente, en las madrugadas de Navidades y Años Nuevos.
Hay una muñeca Marilú que mi mamá me regaló cuando cumplí 7 años, me la olvidé afuera, llovió..... y se deshizó adentro del vestido de seda celeste ( pero en el escondite esta recién sacada de la caja, pintadita, con mejillas ruborosas).
Hay uñas de petalo de malvón que me pegaba con saliva sobre mis uñitas comidas, inventandome manos de señorita muy aseñorada.
Y un rosario de cristal de roca que se me perdió en la escuela.
Y un plato de scons recién sacado del horno por mi abuela.
Y hay gustos: los rabanitos tan picantes para mis nueve años, el berro que mi hermana Marta decía que tenía el mismo sabor de las hormigas, la mareadora cerveza que me dejaban beber "solo un sorbo", los confites de "yapa" en la farmacia Splendid.
Y están las tres peliculas de las funciones del domingo en el Bijou, mi amor prematuro por Gary Cooper, mi ventana sobre la parada del tranvá 84, las bromas por telefono el " día de los inocentes".


Todo Allí. Todo está reluciente y oloroso. Todo esta nuevo y mío en el escondite al que a veces llego a través de las lágrimas y la nostalgia. Y allá me espera siempre, con su ramo de violetas entre las manos sonriente, Franck Brown, charlando con mi abuela......¡ que no sé por qué se han hecho tan amigos mamá Sara y Franck Brown!
Poldy Bird







Un agujero en el zapato


Queríamos tan poco... una piecita más, una ventana al sol, un poco más de luz... En el fondo, la encargada criaba gallinas. Al principio nos sobresaltaba el gallo de la madrugada, después nos acostumbramos. María quedó encinta en seguida; no era lo mejor que nos podía ocurrir, pero ya que Dios lo mandaba, recibimos al chico con el corazón alborozado y lo llamamos Diego, como yo, Dieguito.

Para colmo cerraron el taller y todos quedamos sin trabajo. Tuve que ponerme a buscar como desesperado y agarrar una changa en una fábrica. Me dije: malos tiempos, ya mejorarán... Pero no mejoraron.
María se enfermó después del parto y pasaron varios meses hasta que se recuperó, pero no del todo. A nuestro modo tratamos de ser felices. No pediamos nada, así que cuando teniamos algo, nos parecía una maravilla. Era una manera de llevarle ventaja a la desesperanza. Dieguito caminó al año. Era haragán para hablar, pero un buen día se le desató la lengua y nos llamó papá y mamá hasta hacernos llorar. Para nosotros que somos tan pobres, tener a Dieguito es ser un poco ricos. Cuando María intentó volver a los dobladillos, allá, en la casa de modas, habían tomado otra. Entonces se puso a lavar ropa en las casas del barrio, pero los riñones dijeron no y por más que quiso ganarles la partida, tuvo que abandonar y darse por vencida. Por eso quiero vivir. Ellos me necesitan. El año pasado nació la nena. Marí estuvo mal y tuve que dejarla un mes en el hospital. Dieguito con la abuela. Yo corriendo de un lado a otro, viendo qué podía hacer para ganar un peso más.
Cuando María mejoró me la traje a las dos a casa y, en medio de todo, nuestra casa me pareció un palacio. Eramos cuatro, dentro de su pobreza, para querernos. Dieguito tiene seis años, la nena uno. La encargada sacó las gallinas del fondo para que los chicos pudieran jugar allí. Papá yo quiero un revólver. Papá yo quiero pinturitas. El pibe va a primer grado. Papá yo quiero, yo quiero, yo quiero... Quiere muchas cosas. A mí se me hace un nudo en la garganta cada vez que lo oigo. Le acaricio el pelo, lo beso, lo aprieto contra mi pecho. Dicen que eso basta, que a los chicos hay que darles amor y con eso todo se suple. Pero no basta.
Hay que ver los zapatos quietos, los zapatos solitarios de las noches de Reyes, y la mano hurgando en los bolsillos para encontrar el peso que compre la sonrisa. Un peso que sólo compra una desilución. -Los Reyes nunca me traen lo que les pido...!la bicicleta se la pusieron al chico de la otra cuadra ! y uno se traga las lágrimas. Y uno alza los ojos y pide cosas. Y reza. Y se olvida de rezar. Y vuelve a inaugurar el padrenuestro...Y uno se olvida de las palabras de amor para María... Y un día se siente mal, va al médico del hospital, el médico lo revisa a uno, le hace sacar radiografías, le hace hacer análisis... y le dice que no es nada, con una cara grave. Y uno, que tiene miedo -no por uno sino por todos eso que puede ocurrir si uno llegara a faltar -agarra las radiografías y los resultados de los análisis y le dice al médico de la fábrica : " Esto es del padre de mi mujer...¿se puede hacer algo por él?" Y el médico de la fábrica mira, lee, piensa, frunce el ceño, mueve la cabeza de izquierda a derecha, de derecha a izquierda y murmura : " Tiene para un mes..a lo sumo, dos".
Un mes. Que se ha pasado pronto. Dieguito me ha mostrado su zapato muchas veces : -Mirá, tiene un aujero. Y uno quiere vivir. Por María, con las manos cortajeadas y rojas de fregar. Por Susana, la nena chiquita que camina sosteniéndose en las paredes llenas de manchas de humedad y pintura florecida. Por dieguito y su comprame y su zapato roto. Uno quiere vivir y estira las manos buscando ese poco de aire que lo sostenga. Pero se encuentra con el jornal que no alcanza para el hambre de cuatro, para el frío de cuatro. Se encuentra con las rajaduras del techo, el cartón donde se rompió el vidrio de la venatana, el canto de María en la cocina. ¿Cómo se le dice a la mujer " María te voy a dejar sola con los chicos y toda la pobreza sobre los hombros? ¿Cómo se le dice?
Un mes y nueve días. Algo me oprime el pecho. Y no son solamente las ganas de llorar ni la lluvia de afuera ni los hipos quejosos de Susana. María.
Quiero llamarla. Decirle una palabra para que se la guarde siempre. Una palabra linda. Algo que la haga sonreir. María. Nunca un vestido nuevo. Nunca un cine. Nunca un peinado en la peluquería. María... Pero la voz no sale. La voz se encoge en la garganta como un pichón con frío. -Papá...-Dieguito se me acerca. Tiene barro en la cara y el pelo húmedo y desparejo sobre la frente nueva. Levanta su pie. Su pie de seis años. -Mirá... tengo un aujero en el zapato... Quiero decirle algo a él también. Algo sobre su zapato. Su fiel zapato que no lo ha abandonado. Algo sobre el ruido de las gotas que caen en el balde colocado debajo de la gotera más grande.


Yo hubiera querido hacer algo por su zapato. La cabeza se me va vaciando, ante mis ojos todo se nubla, se aquieta, se acerca... se acerca... se aleja, se acerca, se aleja, se aleja, se aleja. Creo que estoy muriéndome, y siento la mano de Dieguito tironeándome de la camisa, y su pequeña voz desalentada: papá... pero papá...

Poldy Bird nació en 1941 en Paraná, provincia de Entre Ríos, pero desde niña vivió en Buenos Aires. Sólo tenía ocho años cuando su madre murió a causa de un accidente de tren. Por supuesto, ese trágico episodio marcó su vida, pero también signó su destino literario. “Mi mamá era escritora y yo heredé esa vocación”, expresó Bird en una oportunidad.

Entre sus obras más famosas se encuentran “Cuentos para Verónica” (en honor a su primera hija), “Cuentos para leer sin rimel”, “Nuevos cuentos para Verónica” y “Cuentos con niebla”. En relación a ese primer libro inspirado en su hija, algunas fuentes aseguran que es una de las publicaciones argentinas más vendidas luego del “Martín Fierro”, con un envidiable récord de 2.000.000 de ejemplares vendidos sólo en su país de origen. Además, lo señalan como el “primer libro argentino traducido al japonés”.

Durante los últimos tiempos, Poldy Bird se desempeñó como colaboradora en distintos medios gráficos y radiales, entre los que se destacan la revista argentina “Única” y “Radio Miami”, de Estados Unidos.

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