 
José Julián Martí y Pérez (La Habana, Cuba, 28 de enero de 1853 – Dos Ríos, Cuba, 19 de mayo de 1895), también conocido por los cubanos como El Apóstol, fue un político, pensador, periodista, filósofo, poeta y masón cubano, creador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la Guerra del 95 o Guerra Necesaria. Su movimiento literario fue el modernismo.
Canto de Otoño
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 Bien: ya lo sé!:– la Muerte está sentada
 A mis umbrales: cautelosa viene,
 Porque sus llantos y su amor no apronten
 En mi defensa, cuando lejos viven
 Padres e hijo. –Al retornar ceñudo
 De mi estéril labor, triste y oscura,
 Con que a mi casa del invierno abrigo,–
 De pie sobre las hojas amarillas,
 En la mano fatal la flor del sueño,
 La negra toca en alas rematada,
 Ávido el rostro, –trémulo la miro
 Cada tarde aguardándome a mi puerta.
 En mi hijo pienso, –y de la dama oscura
 Huyo sin fuerzas, devorado el pecho
 De un frenético amor! Mujer más bella
 No hay que la muerte! Por un beso suyo
 Bosques espesos de laureles varios,
 Y las adelfas del amor, y el gozo
 De remembrarme mis niñeces diera!
 ...Pienso en aquel a quien mi amor culpable
 Trajo a vivir, –y, sollozando, esquivo
 De mi amada los brazos: –mas ya gozo
 De la aurora perenne el bien seguro.
 Oh, vida, adiós!:– Quien va a morir, va muerto.
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Bosque de rosas   
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 Allí despacio te diré mis cuitas;
 Allí en tu boca escribiré mis versos!–
 Ven, que la soledad será tu escudo!
 Pero, si acaso lloras, en tus manos
 Esconderé mi rostro, y con mis lágrimas
 Borraré los extraños versos míos.
 Sufrir ¡tú a quien yo amo, y ser yo el casco
 Brutal, y tú, mi amada, el lirio roto?
 Oh! La sangre del alma, tú la has visto?
 Tiene manos y voz, y al que la vierte
 Eternamente entre la sombra acusa.
 ¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres
 De almas, y hay villanos matadores!
 Al bosque ven: del roble más erguido
 Un pilón labremos, y en el pilón
 Cuantos engañen a mujer pongamos!
 Ésa es la lidia humana: la tremenda
 Batalla de los cascos y los lirios!
 Pues los hombres soberbios ¿no son fieras?
 Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo
 Mi bestia muerta, y mi furor domado.–
 Ven, a calar; a murmurar; al ruido
 De las hojas de Abril y los nidales.
 Deja, oh mi amada, las paredes mudas
 De esta casa ahoyada y ven conmigo
 No al mar que bate y ruge sino al bosque
 De rosas que hay al fondo de la selva.
 Allí es buena la vida, porque es libre–
 Y tu virtud, por libre, será cierta,
 Por libre, mi respeto meritorio.
 Ni el amor, si no es libre, da ventura.
 ¡Oh, gentes ruines, las que en calma gozan
 De robados amores! Si es ajeno
 El cariño, el placer de respetarlo
 Mayor mil veces es que el de su goce;
 Del buen obrar ¡qué orgullo al pecho queda
 Y cómo en dulces lágrimas rebosa,
 Y en extrañas palabras, que parecen
 Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa
 La de fingir amor! Pues hay tormento
 Como aquél, sin amar, de hablar de amores!
 
 
 Ven, que allí triste iré, pues yo me veo!
 Ven, que la soledad será tu escudo!
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Media noche   
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 Oh, qué vergüenza!:– El sol ha iluminado
 La tierra: el amplio mar en sus entrañas
 Nuevas columnas a sus naves rojas
 Ha levantado: el monte, granos nuevos
 Juntó en el curso del solemne día
 A sus jaspes y breñas: en el vientre
 De las aves y bestias nuevos hijos
 Vida, que es forma, cobran: en las ramas
 Las frutas de los árboles maduran:–
 Y yo, mozo de gleba, he puesto sólo,
 Mientras que el mundo gigantesco crece,
 Mi jornal en las ollas de la casa!
 
 
 Por Dios, que soy un vil!:– No en vano el sueño
 A mis pálidos ojos es negado!
 No en vano por las calles titubeo
 Ebrio de un vino amargo, cual quien busca
 Fosa ignorada donde hundirse, y nadie
 Su crimen grande y su ignominia sepa!
 No en vano el corazón me tiembla ansioso
 Como el pecho sin calma de un malvado!
 
 
 El cielo, el cielo, con sus ojos de oro
 Me mira, y ve mi cobardía, y lanza
 Mi cuerpo fugitivo por la sombra
 Como quien loco y desolado huye
 De un vigilante que en sí mismo lleva!
 La tierra es soledad! La luz se enfría!
 Adónde iré que este volcán se apague?
 Adónde iré que el vigilante duerma?
 Oh, sed de amor!–oh, corazón, prendado
 De cuanto vivo el Universo habita;
 Del gusanillo verde en que se trueca
 La hoja del árbol: –del rizado jaspe
 En que las ondas de la mar se cuajan:–
 De los árboles presos, que a los ojos
 Me sacan siempre lágrimas: –del lindo
 Bribón gentil que con los pies desnudos
 En fango y nieve, diario o flor pregona.
 Oh, corazón,– que en el carnal vestido
 No hierros de hacer oro, ni belfudos
 Labios glotones y sensuosos mira,–
 Sino corazas de batalla, y hornos
 Donde la vida universal fermenta!–
 
 
 Y yo, pobre de mí!, preso en mi jaula,
 La gran batalla de los hombres miro!–
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Yugo y estrella   
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 Cuando nací, sin sol, mi madre dijo:
 –Flor de mi seno, Homagno generoso
 De mí y de la Creación suma y reflejo,
 Pez que en ave y corcel y hombre se torna,
 Mira estas dos, que con dolor te brindo,
 Insignias de la vida: ve y escoge.
 Este, es un yugo: quien lo acepta, goza.
 Hace de manso buey, y como presta
 Servicio a los señores, duerme en paja
 Caliente, y tiene rica y ancha avena.
 Esta, oh misterio que de mí naciste
 Cual la cumbre nació de la montaña,
 Esta, que alumbra y mata, es una estrella.
 Como que riega luz, los pecadores
 Huyen de quien la lleva, y en la vida,
 Cual un monstruo de crímenes cargado,
 Todo el que lleva luz, se queda solo.
 Pero el hombre que al buey sin pena imita,
 Buey vuelve4 a ser, y en apagado bruto
 La escala universal de nuevo empieza.
 El5 que la estrella sin temor se ciñe,
 Como que crea, crece!
 Cuando al mundo
 De su copa el licor vació ya el vivo:
 Cuando, para manjar de la sangrienta
 Fiesta humana, sacó contento y grave
 Su propio corazón: cuando a los vientos
 De Norte y Sur virtió su voz sagrada,–
 La estrella como un manto, en luz lo envuelve,
 Se enciende, como a fiesta, el aire claro,
 Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,
 Se oye que un paso más sube en la sombra!
 –Dame el yugo, oh mi madre, de manera
 Que puesto en él de pie, luzca en mi frente
 Mejor la estrella que ilumina y mata.
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Águila blanca   
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 De pie, cada mañana,
 Junto a mi áspero lecho está el verdugo.—
 
 
 Brilla el sol, nace el mundo, el aire ahuyenta
 Del cráneo la malicia,—
 Y mi águila infeliz, mi águila blanca,
 Que cada noche en mi alma se renueva,
 Al alba universal las alas tiende
 Y camino del sol emprende el vuelo.
 Y silencioso el bárbaro verdugo
 De un nuevo golpe el puñal le quiebra
 El fuerte corazón cada mañana.
 Y en vez del claro vuelo al sol altivo
 Por entre pies, ensangrentada, rota,
 De un grano en busca el águila rastrea.
 
 
 Oh noche, sol del triste, amable seno
 Donde su fuerza el corazón revive,
 Perdura, apaga el sol, toma la forma
 De mujer, libre y pura, a que yo pueda
 Ungir tus pies, y con mis besos locos
 Ceñir tu frente y calentar tus manos.
 Líbrame, eterna noche, del verdugo,
 O dale, a que me dé, con la primera
 Alba, una limpia y redentora espada.
 Que con qué la has de hacer? Con luz de estrellas!
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He vivido: me he muerto…   
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 He vivido: me he muerto: y en mi andante
 Fosa sigo viviendo: una armadura
 Del hierro montaraz del siglo octavo.
 Menos, sí, menos que mi rostro pesa.
 Al cráneo inquieto lo mantengo fijo
 Porque al rodar por tierra, el mar de llanto
 [.............................................], no asombre.
 Quejarme, no me quejo: es de lacayos
 Quejarse, y de mujeres,
 Y de aprendices de la trova, manos
 Nuevas en liras viejas: –Pero vivo
 Cual si mi ser entero en un agudo
 Desgarrador sollozo, se exhalara.–
 De tierra, a cada sol mis restos propios
 Recojo, presto los apilo a rastras,
 A la implacable luz y a los voraces
 Hombres, cual si vivieran los paseo:
 Mas si frente a la luz me fuese dado
 Como en la sombra do[nde] duermo, al polvo
 Mis disfraces echar, viérase súbito
 Un cuerpo sin calor venir a tierra
 Tal como un monte muerto que en sus propias
 Inanimadas faldas se derrumba.
 
 
 He vivido: al deber juré mis armas
 Y ni una vez el sol dobló las cuestas
 Sin que mi lidia y mi victoria viere:–
 ¡Ni hablar, ni ver, ni pensar yo quisiera!
 Cruzando los brazos como en nube
 Parda, en mortal sosiego me hundiría.
 De noche, cuando al sueño a sus soldados
 En el negro cuartel llama la vida,
 La espalda vuelvo a cuanto vive: al muro
 La frente doy, y como jugo y copia
 De mis batallas en la tierra miro–
 ¡La rubia cabellera de una niña
 Y la cabeza blanca de un anciano!
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Estrofa nueva   
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 Cuando, oh Poesía,
 Cuando en tu seno reposar me es dado!–
 Ancha es y hermosa y fúlgida la vida:
 Que éste o aquél o yo vivamos tristes,
 Culpa de éste o aquél será, o mi culpa!
 Nace el corcel, del ala más lejano
 Que el hombre, en quien el ala encumbradora
 Ya en los ingentes brazos se diseña:
 Sin más brida corcel nace el que el viento
 Espoleador y flameador,– al hombre
 La vida echa sus riendas en la cuna!
 Si las tuerce o revuelve, y si tropieza
 Y da en atolladero, a sí se culpe
 Y del incendio o del zarzal redima
 La destrozada brida: sin que al noble
 Sol y [..........] vida desafíe.
 De nuestro bien o mal autores somos,
 Y cada cual autor de sí; la queja
 A la torpeza y la deshonra añade
 De nuestro error: cantemos, sí, cantemos,
 Aunque las hidras nuestro pecho roan,
 La hermosura y grandeza de la vida
 El Universo colosal y hermoso!
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Domingo triste   
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 Las campanas, el Sol, el cielo claro
 Me llenan de tristeza, y en los ojos
 Llevo un dolor que todo el mundo mira,
 Un rebelde dolor que el verso rompe
 Y es ¡oh mar! la gaviota pasajera
 Que rumbo a Cuba va sobre tus olas!
 
 
 Vino a verme un amigo, y a mí mismo
 Me preguntó por mí; ya en mí no queda
 Más que un reflejo mío, como guarda
 La sal del mar la concha de la orilla.
 Cáscara soy de mí, que en tierra ajena
 Gira, a la voluntad del viento huraño,
 Vana, sin fruta, desgarrada, rota.
 Miro a los hombres como montes; miro
 Como paisajes de otro mundo, el bravo
 Codear, el mugir, el teatro ardiente
 De la vida en mi torno: Ni un gusano
 Es ya más infeliz: suyo es el aire
 Y el lodo en que muere es suyo.
 Siento la coz de los caballos, siento
 Las ruedas de los carros; mis pedazos
 Palpo: ya no soy vivo: ni lo era
 Cuando el barco fatal levó las anclas
 Que me arrancaron de la tierra mía!
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