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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Juan Carlos Villalba - Cuento: ¿Adonde habrá ido Isabel?

prosa
-Dale! Sacame una foto tocándole las tetas- dijo Juancito Deandrea.

¡Uh! ¡Que buena que esta! -Dijo el Colorado- antes de salir corriendo en busca de la cámara fotográfica.

Eran las 18.45 hs., justo cuando el sol dibujaba sobre la pared de la casa del viejo Alejandro las figuras mas extrañas que recuerde, descubrirlas y encontrarles un parecido, resultaba un entretenimiento muy divertido.

En esa etapa de nuestra edad, en la que todo lo relacionábamos con sexo, solo *veíamos* culos, tetas, minas desnudas, etc.

Una tarde descubrimos a Isabel Sarli, y todos queríamos tocarle las tetas.


Cuando *El Colo* llegó con la cámara, el sol había modificado su posición e Isabel se había *ido*, pero Juancito seguía con las manos apoyadas en la pared.

-Dale, sacala igual! – dijo. Y El Colo la sacó.

Todos sabíamos que ella *estaba ahí*.

Dibujo Isabel
Isabel Sarli

Aquella foto pequeña, en blanco y negro, ajeada, con un encuadre defectuoso y sin ningún valor artístico, olvidada por 40 años en una caja de zapatos, cobraba ante nuestros ojos un valor sentimental incalculable.

Cuando el negrito Ibarra la dejó, junto a otras viejas fotos, sobre la mesa, una sensación extraña nos invadió, los viejos amigos de aquellos años presentes en la reunión, sabíamos que esa foto tenía algo especial que la diferenciaba de las demás.

Fue como un disparador de emociones, un despertador de sentimientos adormecidos, podría decir que tenía cierto poder hipnótico, pues nos quedamos en silencio un largo rato, era algo que nos unía y remitía a una época muy feliz.

Miren che, es la foto de Isabel! – dijo Cachito Dibenedetto.

Si, es ella –dijo Coco Caselli, con un tono emocionado-.

Estos comentarios demuestran que el recuerdo de esos días estaba intacto, pues en la foto solo se ve un pibe con las dos manos apoyadas en la pared.

La llegada del asado y el vino, las guitarras y canciones que animaron el encuentro, pareció opacar el tema y la noche transcurrió alegremente.

Al abrazarnos en la despedida, el negrito Ibarra me dijo: Mañana voy a verla.

Aunque sabia de que hablaba, le pregunte: ¿A quien?

A Isabel -me respondió-.

-Te acompaño– dije sin titubear.

En un instante, todos estuvimos de acuerdo.

A las 18.30 hs, frente a la casa del viejo Alejandro, (Génova al 400), después de 40 años, volvíamos a juntarnos para *ver* a la mujer de nuestros sueños.

Emoción, ansiedad y nostalgia se entremezclaban en la espera, y era justificable, habíamos amado a esa mujer casi toda nuestra vida, y en 15 minutos volveríamos a verla.

¿Qué sentiríamos?

Faltando un minuto, Cachito me apretó el brazo mientras miraba el reloj.

Estábamos en la posición correcta y con la foto en la mano, esperando que el sol hiciera su trabajo y nos la mostrara, desnuda y bella, como en aquellos días.

A las 19 Hs. la desilusión se apoderó de todos nosotros, pues Isabel no apareció, ni desnuda, ni bella, ni de ninguna manera, como si se hubiera fugado de la pared.

Mientras nos alejábamos rumbo al café con la decepción dibujada en la cara, tratábamos de encontrar una explicación.

¿Por qué Isabel no acudió a la cita?

Aparentemente todo estaba igual.

¿Tendría razón Cachito, en que faltan un par de árboles y por lo tanto la luz reflejada sobre la pared no es la misma?

¿O será por el recalentamiento global?, como opinaba *El Coco*.

La culpa es de esos edificios de mierda que construyeron sin control y modificaron la luz solar sobre el barrio –Dijo *el Negrito*-.

Bah, todas las minas son iguales –dijo *el Bagre*- intentando un chiste que ninguno festejó.

Richard, agudo como siempre, opinó: *Lo que sucede es que nosotros ya no somos los mismos*.

Estas, y mil teorías mas, se barajaron en la mesa del café.

Nos quedamos en silencio, contemplando la llovizna, mientras, como en un melodrama del cine nacional, desde una radio, Julio Sosa nos conmovía con los versos de *El ultimo Café*.

Es que *su recuerdo nos llegaba en torbellino*, como en el tango.

Por favor, si alguien sabe o sospecha lo sucedido, que me llame a cualquier hora, necesitamos saber *¿adonde habrá ido Isabel?*.

Juan Carlos Villalba/ desde Escobar/ Argentina

Antología en La Revista

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