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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Amir Hamed: Satanás y su truco más reciente

Edward Gibbon, en su maravilloso Decadencia y caída del Imperio Romano, encuentra famosamente la raíz de la debacle imperial en haberse pasado Roma, con armas y bagaje, al cristianismo; puesto que los cristianizados romanos, ahora, rechazan la guerra y las armas, la defensa del Imperio debió ser, para llamarla con términos hoy en boga, “tercerizada”. // Fuente: http://www.henciclopedia.org.uy/

Como se sabe, el servicio más redituable no es la prostitución sino la seguridad. Allá por principios de siglo V, Alarico, autoproclamado rey de los godos y protestando en todo momento estar protegiendo el Imperio Romano, tanto el de oriente como el de occidente, terminó saqueando todo lo que encontró a su paso, sin privarse de la ciudad de Roma, y abriendo las compuertas para el ingreso de esa nueva edad que, a partir del siglo XVIII, se llamó Edad Media. Se trata de una historia aleccionadora. Edward Gibbon, en su maravilloso Decadencia y caída del Imperio Romano, encuentra famosamente la raíz de la debacle imperial en haberse pasado Roma, con armas y bagaje, al cristianismo; puesto que los cristianizados romanos, ahora, rechazan la guerra y las armas, la defensa del Imperio debió ser, para llamarla con términos hoy en boga, “tercerizada”. Así, los godos, que eran perseguidos por los hunos, fueron recibidos del lado de acá del Limes romanus, es decir de las murallas del imperio, pasándose a los lindes del imperio con sus armas pero sin sus hijos ni mujeres, que fueron muy romanamente repartidos como esclavos. Roma les vendía la pax romana, es decir protección, al turno que ellos, con sus armas y su sangre, la defendían de vándalos, de hunos, de revueltas francas, y así, la barbarización de Roma se terminó almorzando, explica Gibbon, al imperio desde dentro.


Cuando el godo Alarico, príncipe crecido en los muros de Roma (bautizado cristiano, aunque de los de arrianos, no católico), se malquista con Honorio, emperador de Bizancio, parte furibundo a recorrer los entresijos del imperio, saqueando todo lo que encuentra a su paso y carteándose inclemente y monótono, en los descansos de cada saqueo, primero con Bizancio y luego, tras cruzar los Alpes, con Roma, describiéndoles a los emperadores en qué lamentable estado iban quedando las cosas del imperio cuando Alarico y sus godos no las podían proteger. Con este criterio extorsivo, Alarico estaba devolviéndole al Imperio, casi en su exacta moneda, el precio de la pax romana, una paz, como toda paz, con no poco de coercitiva. Y como resultado para nada gradual de la gestión pro-seguridad de Alarico, los campesinos, que por siglos habían tenido su seguridad garantida por el Imperio, ahora debieron ir recurriendo a las guarniciones de marcas y condados, surgiendo así la figura del barón, del conde, del marqués, alguna vez guardianes más bien fronterizos del imperio, como capangas de campesinos que, con sus armas y ejércitos particulares, defendían lo poco que quedaba defendible del empuje saqueador de vándalos, de godos, de francos, de normandos, de escandinavos, en fin, de nómades más o menos bautizados pero notables por lo depredadores que, una vez desmantelada la civilización, es decir, una vez abatidos los diques de la civilización, hicieron de todo lo que fue imperio un descampado, la Cristiandad, en el cual las letras, ya menesterosas, se refugiaban en los monasterios.

El rechinante noble vendía protección, el inerme campesino la compraba con su tributo o trabajo, la Iglesia era el Gran Protector de las almas de unos y de otros, hasta que el Estado moderno, figura de relevo, se hiciera cargo de la salvaguarda, primero del súbdito, luego de los ciudadanos en cuerpo y alma, a través de su policía, mientras estos pagaban la protección con impuestos. Si algo han puesto de relieve Mario Puzo y Francis Ford Coppola en su saga de Padrinos es que, al interior de los Estados-nación modernos, se trata de una disputa por la protección: o la mafia o la policía. En tanto, en la escena internacional, y una vez disipada la Guerra Fría, hubo tris en que la ONU pareció abrirse como el paraguas a través del cual, en un principio, y en la primera Guerra contra Irak, se articulara la venta de protección global, pero la ONU es un armatoste difícil de abrir y cerrar con presteza, por lo que fue más cómodo arrumbarla y sustituirla por la OTAN, como para bombardear Serbia, digamos, y enseguida, para 2001, sustituirla por institución ninguna sino, sencillamente, por la Gran Escena Global de la Protección. La caída de las Torres Gemelas proclamó una figura estelar y multiuso, el gran mercachifle de la protección, el Gran Terrorista, aquel mismo que, durante la Guerra Fría, por ejemplo en Afganistán, había sido un luchador por la libertad, un freedom fighter.


En rigor, el Gran Terrorista y el freedom fighter son indiscernibles, como muestran los recientes casos de Siria e Irak con los islamistas del IS, que se han rebautizado ISIS porque se están haciendo con un estado propio, una suerte de Islamistán, precisamente, entre Siria e Irak (su sigla ampliada, ahora, explicita que son Estado Islámico de Siria e Irak); su contrapartida proteccionista, que es en rigor su verdadero padre, que protege como protegía Alarico a Roma, son los Estados Unidos de América y aliados, que gritan primero pica el freedom fighter que está siendo atacado para bombardear un punto, una región o un país, para de inmediato gritar pica el terrorista que ataca a los civiles indefensos, y bombardear ese mismo punto, esa misma región, ese mismo país. Desde Alarico en adelante, se puede decir, la Escena de la Protección, sea a nivel internacional como nacional, es una mafiosa, coactiva escena de inestabilización. ¿Qué sucede ahora? En ocasiones el mafioso, asqueado de proteger, asqueado de sí, decide retirarse, hacerse “legítimo”, como quiere Michael Corleone. Sucede, de costumbre, que ni bien éste cree estar fuera del lazo, la Escena de la Protección chupa de regreso al mafioso, al protector. “They sucked me in”, protesta un encrespadísimo Corleone, justo en medio del ataque cardíaco que le hace indisimulable su debilidad; algo semejante protesta Barack Obama desde la Casa Blanca, cuando reinicia sus bombardeos en Irak, cuando, esta misma semana, sigue tratando de negociar un régimen de bombardeos en Siria con ese mismo régimen de Damasco contra el que había armado sus freedom fighters durante esa, ya impiadosa, siempre hipotética primavera árabe a la que sus propios inventores (burócratas de Washington y medios masivos de comunicación de Occidente) quieren internar de apuro en un pabellón de amnesia.



Desde la caída de las torres, golpe dado por no se puede elucidar hasta ahora quién, se pensó que se trataba, en rigor, de defender los intereses de la industria armamentista de Estados Unidos, y de contratistas privados que llevaron sus servicios de seguridad a Irak y Afganistán. En los últimos tiempos, medios de la blogosfera estadounidense, por ejemplo http://www.counterpunch.org/, deslizan que acaso esta ciénaga bélica que se extiende por Oriente Medio, por el Magreb, por qué no a Israel y Palestina y ciertamente a Ucrania no sea más una confabulación para controlar las rutas del gas y romper el control que sobre su suministro ejerce Rusia, para lo que también ha sido preciso poner en escena, como variante cívica del freedom fighter, a los ultraderechistas ucranianos que dieran un golpe de Estado anti-Moscú. Este argumento, que es atendible, además de brindar una coartada netamente monetaria a los conflictos, despojándolos en buena medida de ideología, no debe, sin embargo, ser tomado como excluyente; ni tampoco, si llega a probarse ésta como la razón principal de semejante desbarajuste geopolítico, puede tomársela nunca como razón suficiente. Lo más importante de la Escena de Seguridad es generar inseguridad en cada punto del planeta, allí por donde necesita correr espumarajeante el capital. Es preciso nos haga sentir atacados, indefensos, vidriados: para ese fin es mandado hacer el Gran Terrorista, cómo no, pero atendiendo a las necesidades de cada cual, es decir, a las inseguridades de cada cual, son excelentes también el ébola, la corrida bancaria, o incluso, como bien sabe un país poco bélico y no muy dado a la plaga como el Uruguay, la figura del menor infractor, que es una de las variantes que ha encontrado el postneoliberalismo para reconvertir al Estado, averiado por el capital, en fantasma policiaco, es decir, reerigirlo fantasmagóricamente en su rol de protector.

El consenso posneoliberal, como se sabe, le ha guardado al menos esta investidura policial (no política) al Estado que el pre-posneoliberalismo, es decir el neoliberalismo más craso de ayer nomás, había querido suprimir sin mayor protocolo. Sucede que, cuanto más permisivo para con el capital es el Estado, más debe mostrarse como imprescindible; es ahí donde la policía se muestra, no en su vigor, sino en su espectralidad. Así, una de las pocas discusiones que, por ejemplo, durante la presente campaña electoral 2014 se plantea en Uruguay es la eficacia del Estado como garante de seguridad, y para eso se promueve, además, un plebiscito para bajar la edad de imputabilidad. Si nada hay seguro ya (ni el trabajo, ni el empleo, ni la vida), lo que entienden algunos es que la seguridad se gana anticipando la pena a los infractores; y si nada de lo que se supone debemos tener garantido (nuestros derechos ciudadanos, que se habían reconvertido en humanos) lo tenemos realmente garantido, resulta que, en la Gran Escena Global de la Seguridad, todo viene a mostrársenos, no como un derecho sino como una dádiva, como un milagro transitorio, o mejor dicho un servicio, un firewall vaya a saberse si de Dios o del Capital, o de operadores eficientísimos que, por un tris, logran contener, según se dice, todas estas variantes del mal, es decir todas estas mostraciones virales de Satanás, como el ébola, la criminalidad, la fuga de divisas, el inextinguible terrorismo islamista, para que, frenado pero nunca abatido, presto se reactive o contraataque Satanás hecho criminalidad, hecho ébola, hecho menor con arma de repetición en un barrio de Montevideo, hecho hordas de flamantes pobres en toda Grecia y media Europa, o, si se quiere, también hecho default financiero en Argentina, o hecho cordón de túneles tenaces en la estrangulada, hacinada, demolida Gaza.

Decía Baudelaire que el último truco de Satanás era decir que no existe. Si acaso haya acertado para el siglo XIX, para el XXI se equivoca; el último truco de Satanás es viejo como el mundo, o al menos viejo como la Cristiandad, o como Alarico: la venta de seguridad.

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