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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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FERNANDO DE HERRERA: Biografía breve y poemas

FERNANDO DE HERRERA (1534 - 1597) - Natural de Sevilla. Se le considera como el jefe de la escuela sevillana, como a Fray Luis de León, el de la salmantina. Aunque de origen humilde, llegó a obtener una educación humanista en alto grado. Nunca llegó a ordenarse sacerdote, pero vistió siempre hábito clerical, lo que le permitió gozar de algunos beneficios correspondientes a este estado.

Se enamoró platónicamente de la duquesa de Gelves, correspondiéndole ésta de algún modo, pero esta relación platónica nunca llegó a convertirse en una realidad concreta. Parece ser que él fue el testamentario de la dicha duquesa.

Como muchos poetas conocidos entre sí en ese tiempo, asistió a tertulias, en particular a la del duque de Gelves. Allí llegó a conocer varios poetas famosos y a relacionarse con ellos, como Pacheco, Baltasar de Alcázar, Argote de Molina y otros.

Su poesía, en cuanto a la temática, es una mezcla de lo humano y lo divino, sobre todo al tratar el tema patriótico. Se distingue por su musicalidad rítmica unida al colorido de sus imágenes. Y todo esto revestido de una forma impecable.


Sonetos

SONETO 1

Osé y temí; mas pudo la osadía
tanto, que desprecié el temor cobarde.
Subí a do el fuego más m' enciende y arde,
cuanto más la esperança se desvía.
Gasté en error la edad florida mía;
aora veo el daño, pero tarde;
que ya mal puede ser, qu' el seso guarde
a quien s' entrega ciego a su porfía.
Tal vez pruevo (mas, ¿qué me vale?) alçarme
del grave peso que mi cuello oprime;
aunque falta a la poca fuerça el hecho.
Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es onra ya, ni justo, que s' estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.

SONETO 2

Voy siguiendo la fuerça de mi hado
por este campo estéril y ascondido:
todo calla, y no cesa mi gemido;
y lloro la desdicha de mi estado.
Crece el camino, y crece mi cuidado;
que nunca mi dolor pone en olvido.
El curso al fin acaba, aunqu' estendido;
pero no acaba el daño dilatado.
¿Qué vale contra un mal siempre presente
apartar s' y huir, si en la memoria
s' estampa, y muestra frescas las señales?
Buela Amor en mi alcance; y no consiente
en mi afrenta qu' olvide aquella istoria,
que descubrió la senda de mis males.


SONETO 3

Pensé, mas fue engañoso pensamiento,
armar de duro ielo el pecho mío;
porqu' el fuego d' Amor al grave frío
no desatase en nuevo encendimiento.
Procuré no rendir m' al mal que siento;
y fue todo mi esfuerço desvarío.
Perdí mi libertad, perdí mi brío;
cobré un perpetuo mal, cobré un tormento.
El fuego al ielo destempló en tal suerte,
que, gastando su umor, quedó ardor hecho;
y es llama, es fuego, todo cuanto espiro.
Este incendio no puede darme muerte;
que, cuanto de su fuerça más deshecho,
tanto más de su eterno afán respiro.


SONETO 4

El Sátiro qu' el fuego vio primero,
de su vivo esplendor todo vencido,
llegó a tocallo; mas provó, encendido,
qu' era, cuanto hermoso, ardiente y fiero.
Yo, que la pura luz do ardiendo muero,
mísero vi, engañado y ofrecido
a mi dolor, en llanto convertido
acabar no pensé, como ya espero.
Belleza, y claridad antes no vista,
dieron principio al mal de mi deseo,
dura pena y afán a un rudo pecho.
Padesco el dulce engaño de la vista;
mas si me pierdo con el bien que veo,
¿cómo no estoy ceniza todo hecho?
SONETO 5

Órrido ivierno, que la luz serena,
y agradable color del puro cielo
cubres d' oscura sombra y turbio velo
con la mojada faz de nieblas llena;
buelve a la fría gruta, y la cadena
del nevoso Aquilón; y en aquel ielo,
qu' oprime con rigor el duro suelo,
las furias de tu ímpetu refrena.
Qu' en tanto qu' en tu ira embravecido,
asaltas el divino Esperio río,
que corre al sacro seno d' Ocidente,
yo triste, en nuve eterna del olvido,
culpa tuya, apartado del Sol mío,
no m' enciendo en los rayos de su frente.


SONETO 6

Al mar desierto en el profundo estrecho
entre las duras rocas, con mi nave
desnuda tras el canto voy suäve,
que forçado me lleva a mi despecho.
Temerario deseo, incauto pecho,
a quien rendí de mi poder la llave,
al peligro m' entregan fiero y grave;
sin que pueda apartarme del mal hecho.
Veo los uesos blanquear, y siento
el triste son de la engañada gente;
y crecer de las ondas el bramido.
Huir no puedo ya mi perdimiento;
que no me da lugar el mal presente,
ni osar me vale en el temor perdido.


SONETO 7

No puedo sufrir más el dolor fiero,
ni ya tolerar más el duro asalto
de vuestras bellas luzes, antes falto
de paciencia y valor, en el postrero
trance, arrojando el yugo, desespero;
y, por do voy huyendo, el suelo esmalto
de rotos lazos; y levanto en alto
el cuello osado, y libertad espero.
Mas, ¿qué vale mostrar estos despojos,
y la ufanía d' alcançar la palma
d' un vano atrevimiento sin provecho?
El rayo que salió de vuestros ojos
puso su fuerça en abrasar mi alma,
dexando casi sin tocar el pecho.


SONETO 8

¿Por qué renuevas este encendimiento,
tirano Amor, en mi herido pecho?
que ya, casi olvidado del mal hecho,
vivía en soledad de mi tormento.
Cuando más descuidado y más contento,
rebuelves a meterm' en tanto estrecho;
oblígasme, cruel, qu' a mi despecho
procure contrastar tu fiero intento.
Las armas, en el templo ya colgadas,
visto, y el azerado escudo embraço,
y en mi vengança salgo a la batalla.
Mas ay, qu' a las saetas, que templadas
en la luz de mi Estrella están, y al braço
tuyo no puede resistir la malla.


SONETO 9

Esta desnuda playa, esta llanura
d' astas y rotas armas mal sembrada;
do el vencedor cayó con muerte airada,
es d' España sangrienta sepultura.
Mostró el valor su esfuerço, mas ventura
negó el suceso, y dio a la muerte entrada,
que rehuyó dudosa y admirada,
del temido furor la suerte dura.
Venció Otomano al Español ya muerto
antes del muerto el vivo fue vencido,
y España y Grecia lloran la vitoria.
Pero será testigo este desierto,
qu' el español, muriendo no rendido,
llevó de Grecia y Asia el nombre y gloria.


SONETO 10

Roxo sol, que con hacha luminosa
coloras el purpúreo y alto cielo,
¿hallaste tal belleza en todo el suelo,
qu' iguale a mi serena Luz dichosa?
Aura suäve, blanda y amorosa,
que nos halagas con tu fresco buelo;
cuando se cubre del dorado velo
mi Luz, ¿tocaste trença más hermosa?
Luna, onor de la noche, ilustre coro
de las errantes lumbres y fixadas,
¿consideraste tales dos estrellas?
Sol puro, Aura, Luna, llamas d' oro,
¿oístes vos mis penas nunca usadas?
¿vistes Luz más ingrata a mis querellas?

Antología en La Revista

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