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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Representante de la Dramaturgia: Gregorio de Laferrere

Gregorio de Laferrere - (Argentina, 1867-1913): Escritor argentino, nacido en Buenos Aires, que encabeza la época de oro de la escena nacional. Fundó un periódico en el que actuaba con el seudónimo de Abel Stewart Escalada; así se inició en las letras. Se dedicó a la política y viajó a Francia; por esa causa se descubre la formación francesa de su cultura y su atracción por el teatro de vodevil. Creó el Conservatorio Lavardén para el fomento del teatro y de la formación de actores. Su dramaturgia está dentro de la comedia humorística reidera y casi bufona, cuyo escenario es la sociedad porteña entre 1890 y 1910, principalmente la burguesía. Entre sus obras más importantes se pueden señalar: ¡Jettatore! (1905), Bajo la garra (1906), Las de Barranco (1908) y Los invisibles (1911).

Fragmento de "Las de Barranco"

ACTO I



La escena representa un vestíbulo. Como detalles de rigor: un gran cuadro con el retrato al óleo de un capitán del ejército y otro un poco más chico adornado con condecoraciones mili­tares: cordones, medallas, etc. Sobre una mesa hay una gran caja de cartón y delante de ésta se encuentra de pie doña María examinando unas blusas que va sacando del interior de la caja. A pocos pasos, en actitud de espera, un muchacho.

[1]

DOÑA MARÍA (concluyendo de examinar las blusas) —¡Qué preciosura! ¡Son una monada!… (Mirando al mucha­cho) Dígale que muchas gracias, que se las agradezco muchísimo. (Acentuando) Y que Carmen le manda muchos recuerdos… Dígale así. (Haciendo un gesto después que el muchacho saluda y se va por la dere­cha.) Son regularcitas, no más… (Gritando) ¡Carmen! (Volviendo al comentario.) Algún saldo que no le ser­vía… (Gritando con más fuerza) ¡Carmen!… (A Car­men que aparece por la izquierda.) Mirá, mirá el regalo que te manda Rocamora, el del registro: una blusa para vos y otra para cada una de tus hermanas.


CARMEN (frunciendo el ceño) —¿Blusas?

DOÑA MARÍA (sin apercibirse del gesto de Carmen) —Sí, aquí las tenés. No son feas, sobre todo la tuya… mira

CARMEN (sin preocuparse de la blusa y con fastidio) —¡No debía de habérselas recibido!

DOÑA MARÍA (encarándose con ella) —¡Che… che… che…! ¿Estás loca?… ¿Qué querés decir?

CARMEN (con aflicción) —Pero ¿usted no sabe, acaso, que Rocamora me pretende?

DOÑA MARÍA —¡Vaya una novedad!… ¿y qué hay con eso?

CARMEN —¿Usted no sabe que le he dicho que no consentiré nunca en casarme con él?

DOÑA MARÍA —Sí, y demasiado bueno es el pobre que todavía te hace regalos. ¡Razón de más para agradecérselos… me parece! ¿O es que querés prohibirle ahora que sea generoso si quiere serlo?

CARMEN (con soberbia) —¡Sí, mamá!… ¡que se guarde sus generosidades porque yo no las necesito!

DOÑA MARÍA —¿Que no las necesitas?…¡No me hagas reír, infeliz! Pero, decime, ¿qué es lo que te has creído? ¿qué te imaginás que sos?… ¿No comprendés, acaso, que en nuestra situación necesitamos de todo el mundo? ¿Que es preciso vivir?… ¿Que los ciento cincuenta misera­bles pesos que nos da de pensión el gobierno no alcan­zan para nada? ¿A qué vienen esos aires, entonces? ¿A quién vas a engañar con eso?

CARMEN (con abatimiento) —¡Si yo no pretendo engañar a nadie, mamá! […] (con amargura) ¡Pero si sabe que no lo puedo ver!… ¡Si lo sabe!… y precisamente por eso es que se empeña, como si quisiera someterme… obligarme. (Con arranque) ¡Eso es lo que no puedo soportar, mamá!

DOÑA MARÍA (con indiferencia) —¡Bah, no seas zonza!… Con recibirle los regalos y ponerle buena cara, estás del otro lado… Nadie te pide otra cosa… una sonrisa a tiempo y se acabó.

CARMEN (con angustia) —¡Pero si precisamente es lo que no puedo! No lo hago por él… ¡lo hago por mí! En cada uno de sus regalos veo el pago anticipado de esa sonrisa que me pretende arrancar… y me indigna tanto, me da tanta rabia y tal vergüenza ¡que siento ganas de tirarle por la cara con la porquería que me trae! (Con un gesto de rabia)

DOÑA MARÍA (con acento reconcentrado y mucha amargura) —Te equivocas… te equivocas, ¡pretensiosa ridícula! ¡Demasiado que te entiendo! Lo que tiene que tengo un poco más de mundo que vos y conozco mejor la vida…¡Ya lo creo que te entiendo! ¡Sos el retrato de tu pobre padre! (Mira el óleo del capitán) ¡Así era él también y así le fue! ¡Tenía tus mismas ridiculeces y se le llenaba la boca con las mismas pavadas. (Ahuecando la voz) ¡El capitán Barranco no se vende!… ¡El capitán Barranco no se humilla!… ¡El capitán Barranco cumple con su deber!… (volviendo con la voz natural y tono despreciativo) y el capitán Barranco, entre miserias v privaciones, terminó en un hospital… porque no había en su casa recursos para atenderlo! ¡Eso es lo que sacó el capitán Barranco con sus delicadezas! (Exaltándose y con acento duro) Pero la viuda del capitán Barranco es otra cosa, ¡entendelo bien! No vive de ilusiones…Sabe que tiene tres hijas que mantener, tres zánganas ¡a cuál más inútil!, que se lo pasan preocupadas de moños y vestidos, mientras la po­bre madre tiene que buscarse como Dios le ayude el pan que han de llevarse a la boca para no morirse de hambre! ¡Por eso también, la viuda del capitán Barranco sabe lo que tiene que hacer! (Con tono impe­rativo y lleno de amenaza) Y ahora, lleve adentro esas blusas y ¡cuidado con que cuando venga Rocamora no le dé usted las gracias con toda amabilidad!… (Carmen, en silencio, se dirige sumisamente hacia el sitio donde se encuentra la caja de blusas y en ese momento golpean las manos hacia la derecha) Pero ¡miren cómo han puesto el suelo de papeles! (Empieza a levantar papeles) ¡Si no digo! ¡Estas haraganas no sirven para nada! (Gritando) ¡Manuela!… (Aproximándose hacia la izquierda y en voz alta hacia el exterior) ¡Manuela!…

VOZ DE MANUELA (desde el interior) —¿Qué quiere?

DOÑA MARÍA —Vení para acá (sigue recogiendo papeles), vení a ver cómo está esto.

VOZ DE MANUELA —No puedo, me estoy haciendo los rulos…

DOÑA MARÍA (gritándole mientras sigue en la tarea de recoger papeles) —¡Yo te voy a dar rulos, sinvergüen­za! ¡Deja no más! (En otro tono leyendo la inscripción de un trozo de papel que recoge del suelo) Se alquila… (Leyendo la del otro papel) ¡Mire, esto! Se alquila con h. ¡Para qué les habrá servido la escuela a estas inser­vibles! (Leyendo rápidamente la inscripción de otro papel) ¡Otra!… pieza con z… (como dudando) con z… con z…¡Qué barbaridad! ¡Parece mentira!… (Interrumpiendo bruscamente la tarea para aproximarse de nuevo a la izquierda y gritando) Decime, ¿le prendiste el cabo de vela a San Antonio?

VOZ DE MANUELA —No sé, yo le dije a Pepa. (Gritando) ¡Pepa! ¡te llama mamá!…

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