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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Jorge Ariel Madrazo: Poemas


Jorge Ariel Madrazo nació el 26 de agosto de 1931 en la capital de la Argentina, Buenos Aires, ciudad en la que reside. // Por Rolando Revagliatti


TRAJEADOS, LOS AMIGOS


Anoche visité amigos muertos:
descansan (quién diría)
todo su no-tiempo
en jardines cuyos ramos cobijan poemas y
citrus de ignota acidez.


Estaban trajeados y alegres, tanto que me hallé
confesando: —No hubiera jamás creído
Edgar, Francisco, Antonio,
jamás pensé
Gianni, Joaquín, Enrique, Alberto,
Horacio, Celia,
hallarlos tan contentos
como si fuese un suspirito vuestro
transcurrir.

Conversamos sobre bares y dragones, y
amores frutecidos en remotos hoteles y
parques con nudillos de niebla. Mateando,
sonreídos, me despidieron con un fulgor
que no olvidaré.

Se escondía en sus miradas el color de una
verdad. Y había en sus labios
una revelación.


(A Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Antonio Aliberti,
Gianni Siccardi, Joaquín Giannuzzi, Enrique Puccia,
Enrique Molina, Alberto Vanasco, Horacio Castillo, Celia Gourinski)




*


ESPÍA DE SÍ


Aquella lumbre por lienzos opacada,
de un evanescente resplandor rubí
—por favor, compréndanlo, les hablo
no de alegre ventana, y sí de otra
enfrentada a mi espionaje vergonzante,
donde ya mismo tal vez algún enfermo
sin un átomo de fuerzas, ejecute
la agonía que ni alcanzó a ensayar—

en esa roja luminaria o dormitorio
tan irreal como el apenumbrado
declinar de alguna turbia frente

¿no seré yo acaso el desolado huésped
que allí muere y la agüita se escapa de sus
ojos en tanto aquí, no lejos, con lógico estupor,
desde mi balcón yo lo espío y me espío
y me aferro a mi silla con pálidos nudillos
y me siento tan sano en esta blanca noche?



*


CÓMO HAVELOCK ELLIS CONOCIÓ EL AMOR


Al gran sexólogo que, según propia confesión,
aprendió a amar en su alta edad.




Sólo un niño de Surrey, acunado en el oscuro pánico
de la reina Victoria, robando huracanes
en la proa del velero Empress.
Ése era el Havelock de celestes lagunas,
es decir: ojos iguanas que alumbraban sus
bífidas lenguas, sus ominosas
poluciones nocturnas,
tan nocturnas como el sol del puerto
delirado por el velero de su padre y por
raros fantasmas
sudamericanos.

Pero cuando Havelock adolesció y se adultó
sin jamás jamás
adulterar la lluvia de sus ojos,
danzó platónicos amoríos llamados
agnes
olive
may
Mirábanse bellos y desnudos, como aves
incapaces de volar.

Y así Havelock se casó sin casi saber del sexo
más que el niñito del velero Empress
y conoció a Hilda Doolittle quien era
un gran pájaro blanco al borde
de un acantilado.

Y cuando Havelock fue ya un viejo y
lo amaban todas las mujeres del mundo
Françoise Delisle le reveló un mundo jadeante
entre sus piernas.
Y Havelock Ellis escribió los más bellos tratados sobre el amor
con el estremecido júbilo sombrío del
hombre que, a punto de morir,
desde su ventana descubre, llorando,
la última estrella del universo.


*

L’AUTRE


Quien lo observara galantear, y quien
el merengue danzar (bien recto el torso,
a su fémina ornando dulce alcurnia),
quien por forniques lo juzgara un sátiro
—algo venido a menos, reconócelo—
o lo acompañe en tragos verdiazules
donde amistad escarcha sus blasones
no diría —ese quien— que él está pronto
a declararse sátiro en derrota,
mal abrigado en fingidor pellejo,

deshaciéndose en gajos a ojos vista
alistado a morir por vez primera.


*


ASÍ TU PERRO CORAZÓN


Igual que trote sin
potro, que huerto sin tierra, así tu
perro corazón desbocado acorazona
su endemientras (palabra ésta
brava,
palabra gaucha, lenta)

así tu alma nunca al
servicio de causa propia, siempre
causa ajena, así tu ser
anhelando ser

y nadiecito, ¿ves?
se dará cuenta.



*


LO INVISIBLE


El espacio entre vos y
yo está
preñado de diminutos
seres bulliciosos
parecidos al aire o a algo
que quizás
quiera
existir

seres que
intentan desunirme
de vos
y
se burlan y
seguirán burlándose
nos hacen cuernitos

en vano pretenden
calumniarte detallarme
crímenes seriales
triángulos varios y
otras minucias
perpetradas

(mi inexistente y única
mi amorada sin mácula)

por vos.



*


AMORES


Como de acero o turbadora seda
o imaginario jardín oriental,
así es nuestro amor. Son testigos
el Sur, la noche cóncava, aquel bar
de vino y de miradas que desvisten,
tu alma abierta a la interrogación.
¿Qué hizo posible, inquieres, este amor
al que Tiempo no mella? Te respondo:
vos y yo amamos, en ambos, además,
a los diversos que abrazan nuestro abrazo.
Ellas y ellos, los amados muy antes,
son los garantes de esta caricia eterna,

de este amor que créase a sí mismo,
nutrido, noche a noche, de sus varios.



*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Jorge Ariel Madrazo y Rolando Revagliatti, diciembre 2015.
*

http://www.revagliatti.com.ar/051200_picnic.html
http://www.revagliatti.com.ar/990909.html
http://www.revagliatti.com.ar/cicloliv12.html



*El escritor Jorge Ariel Madrazo falleció el 22 de marzo de 2016.



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