Sergio Omar Otero, (Seroma) nació en Comodoro Rivadavia, provincia del Chubut, en la Patagonia Argentina en 1951
Hurgador
Hay momentos en que me siento
hurgador de letras muertas,
alquimista de consonantes,
carpintero de vocales,
constructor de palabras sueltas
que solas se arman en papel.
Y hay momentos en que solo me veo
equilibrista de mis pensamientos,
sin poder volcar en la pluma
frase alguna que refleje
la tumultuosa volatilidad
de mis alocados sentimientos.
Y hay momentos en que me basta
pronunciar por lo bajo tu nombre,
para saberme vivo. Entero
***
Alfarera
Esperándote, alfarera,
me aderezo en barro.
Nada soy sin tus manos,
solo agua y grava virgen,
quedando en el intento
de urdir fantasías inversas
sobre palomas de insomnio.
Tal vez, asfixia de sal,
en un añejo fango tibio.
Requiero tus destrezas
de mágicos instantes,
moldeando sonrisas al deseo,
y los frutos candentes
de pezones sin ataduras,
para dejar de ser inconcluso
légamo muriendo en destino
de piel reseca de madera.
***
Esperanza
Vestida para la ocasión, en lo incierto de un camino,
entre dos aguas y un silencio de hielo, algunos dicen
que se puede observar la Esperanza dormida.
Cubren sus huellas en la senda, vuelos de luciérnagas.
Con su presencia, los árboles se agitan, no pueden dormir.
Cuentan que, amanecida la mañana, se levanta serena,
activa la piel y el corazón de sus recovecos,
compone sus sueños rotos en un silencio de fuego
y comienza a andar por las orillas de lo imposible y lo posible.
Nunca teme al dolor de las promesas incumplidas.
***
Soñador
Canturrea un tango con voz de angustias viejas
mirando de soslayo al costado del escenario vacío.
Esa cosa canción que brota de su garganta ronca
marca cicatrices mal curadas de eternas ausencias.
Su mirada transparente, desdichada y soñadora,
se pierde hacia ningún lugar en la oscuridad de la sala.
Un efímero desprecio se apoltrona en butacas vacías.
Imagina aplausos, lejanos espejismos de otros tiempos.
Con la última estrofa inclina la cabeza como despedida.
Apaga las luces y continúa barriendo buscando la salida.
***
Discúlpeme
Discúlpeme, me encuentro perdido.
Desorienté el camino que deseaba
en la profundidad de esos, sus ojos.
Me ensordece el acuoso sonido
que con su parpadear produce,
y es casi una cuestión de piel
el tener que confesarle, sin rubor,
que anhelo conocer con cual dulzura
se desayuna su lengua anónima.
Quisiera, despierto, probar la coartada
que esgrime en su confesión
para no reconocerse responsable
de tener en su haber mi extravío.
Atrapado en esta agonía de deseos,
desorientado en el círculo de su silencio,
aguardo impaciente me dé un indicio,
para transitar, tan pronto como pueda,
el destino que me quite de este desvarío
y me permita arribar, solícito, a su corazón.
***
Visitante nocturno
Cierra sus ojos y piensa en su visitante nocturno.
Pies húmedos, rostro tenue. Respira hondamente,
y se agota. Se disuelve el pelo gris y luego llora.
El alma perturbada vierte ríos de lágrimas solitarias,
un arco silencioso extiende la cruel incertidumbre.
La esperanza se enciende y se apaga por momentos,
la oscuridad la cubre con un ala pesada. Se agota.
El dolor la hunde en la niebla y se atrapa en la fatiga,
sonríe pensando tenerlo presente sólo un momento
y flotar en las olas que suelten sus manos y sus brazos
cuando no haya ninguna frontera entre sus cuerpos.
El agua de su rio se libera y naturalmente fluye,
vendrá su visitante nocturno. Seguro que vendrá.
Esa puerta siempre entreabierta aún lo espera,
y a sus pies y al lanzarse apasionado sobre ella.
Las horas corren y enfrían la ilusión entre los dedos.
A veces, el deseo, también se quema un poco las alas.
La propiedad intelectual de las obras publicadas en este artículo es de
Sergio Omar Otero
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Antología en La Revista
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