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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Elizabeth Molver: Entrevista de Rolando Revagliatti


Elizabeth Molver nació el 7 de octubre de 1969 en Haedo, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en otra localidad de esa provincia: Ramos Mejía.*

1 — ¿Siempre has residido en el oeste del conurbano bonaerense?



EM — Casi. Nací en La Tablada, partido de La Matanza. Crecí allí hasta los quince años (con cambio de casa en el medio y cambio de estado: de hija única de familia en posible crecimiento… a hija de padres separados, pero con abuelos, tías y primos). Luego mi mamá y yo nos mudamos a Haedo, partido de Morón. Allí vivimos durante cinco años. Luego con mi mamá casada en segundas nupcias volvimos a La Matanza, en Ramos Mejía. Al poquito tiempo yo me casé y me mudé: a un departamento en Liniers, el barrio de la Capital Federal lindante con el conurbano. Después de dos años nos trasladamos de nuevo a Ramos Mejía, donde resido desde hace veintiún años. Allí creció mi hija que ahora tiene veintidós y nació mi hijo que tiene diecisiete. Y seguirá siendo mi lugar. Hasta que algún día podamos concretar con mi esposo el sueño de una casa en alguna provincia como San Luis o Córdoba.


2 — En más de un rol y en diversos ámbitos te has ido desempeñando.

EM — Fui docente en jardín y en educación especial, lo que me posibilitó aprender, estudiar, preguntarme, enojarme, pero por sobre todo disfrutar. Estar con chicos, pequeños o no tanto, es algo que siempre hice. De niña no sabía bien qué, pero sabía que alguna carrera relacionada con chicos quería estudiar.

La autora

Soy Profesora de educación especial. Ejercí durante trece años como maestra de grupo. Esto me dio la posibilidad de conocer a los chicos, sus familias, advertir sus avances. Trabajar en equipo con compañeras/os psicólogos, asistentes educacionales, otros maestros, profesores de materias como educación física, plástica, música, fonoaudiología, me generó la necesidad de compartir la mirada y pensar juntos abordajes con los niños.
Sigo trabajando en escuelas, pero no como maestra sino como Bibliotecaria, por lo que mi tarea es acompañar, guiar, armar proyectos con otras personas. Y una de las funciones que más me complace es “dar de leer”; lo escuché en una capacitación una vez y me parece maravilloso: dar de leer, tratar de contagiar el placer de leer, de escuchar, de sentirse fascinado por un poema, un cuento. Que los que escuchan se queden atentos, reflexionando y con ganas de más. Este año, luego de un taller con mamás que hice en la Biblioteca, una de ellas me dijo: “Yo me preguntaba para qué nos reuníamos a leer, a escuchar y después me di cuenta: es una excusa para que también nos den ganas de leer.” Esta mamá se llevó un libro para leer ella en el verano y participó en una obra de teatro que creamos entre las madres y los alumnos más grandes. De esto se trata, de sembrar. Siento que en estos últimos tiempos he contagiado a más de uno con la poesía, participando en eventos como “Palabra en el Mundo”, donde yo solita convoqué y cada año se suma más y más gente. Éste será el cuarto año donde saldremos con la poesía y la música a la calle, con las dos escuelas.
Además, hace cuatro años que coordino un taller literario para chicos: “Palabrapan”. Comencé en mi casa y luego proseguí en bibliotecas públicas de mi barrio. Es uno de los roles que más me complace. Estimular a descubrir el potencial de los concurrentes, no sólo a los efectos de la creación, sino para leer entrelíneas, conocer autores, elegir. Apreciar cómo va cambiando su escritura, cómo logran ser críticos de sus escritos o de textos de los demás. Han expuesto sus poemas en varios eventos artísticos y repartido sus poemarios, con entusiasmo y buen recibimiento del público.


3 — Participaste en encuentros culturales.

EM — Si. En 2006 durante tres días en el Encuentro “Venado Poesía” en la ciudad de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe. Concurrí con la poeta Patricia Verón, con quien coordinaba un taller en La Matanza. Allí estuvimos, junto a Eduardo Dalter, en casa de Mónica Muñoz, la poeta organizadora. Conocí a otros escritores, hermosas personas, como Daniel Tevini, Alejandro Schmidt, Emilce Strucchi, Roberto Malatesta. Y presentamos la revista “Alas de Gaviota”, en la que habíamos colaborado.
En 2011 fui invitada por el organizador Emilio Fuego —es el día de hoy que no he logrado explicarme cómo llegó mi nombre hasta él— al “XIX Encuentro Internacional de Mujeres Poetas en el País de las Nubes”, en Oaxaca, México. Todo fue emocionante. Era la primera vez que salía de Argentina, que hacía un viaje en avión tan largo, sola. Estar ocho días con mujeres poetas de otros países latinos y hasta una española, me produjo una energía increíble. Sintiéndome en la piel de esas poéticas, de esas mujeres todas y cada una tan diferentes y tan parecidas, los modos, las palabras, las comidas, el hablar tan distintas y tan iguales.
En 2012, Martha Elena Hoyos, poeta y cantautora de Colombia, organizó en su país, en el departamento de Quindío, una réplica de aquel encuentro. Y allí fui, esta vez con el viaje subsidiado por la Cancillería Argentina. Con algunas voces me reencontré: Dina Luz Pardo Olaya y Athena Ramírez, que habían estado en México. Conocí a otras tantas mujeres bellas, con las que hicimos lazos inmediatamente, como Marta Quiñonez, Gloria María Bustamante, Amparo Loaiza Andrade (colombianas), a una joven cantante mendocina, Paula Neder, con la cual sigo conectada y a la que he ido a escuchar más de una vez en Buenos Aires, o la poeta y chamana Margarita Rosa Tirado Mejía, a la que he visto en su reciente visita a nuestro país.
A partir de esos Encuentros en el exterior, concebí unos poemas que conforman la plaqueta “De mujeres en las nubes”, la que con un amigo músico, Fabián Juárez, presentamos en 2014 en un espectáculo, “Poemando Canciones Viajes”.


4 — Merecen apartados especiales tu incorporación al Grupo Autores de La Matanza y al de Artistas de Tapiales.

EM — En 2011 me entero de la existencia del Grupo Autores de La Matanza, fundado en 2008. Fui a la Feria del Libro de La Matanza a leer en un encuentro de micrófono abierto. Así, empecé a conocer al grupo y a participar en cafés literarios, en las actividades del Galpón Cultural de Tapiales. Con una reunión itinerante mensual (Biblioteca Pública “Almafuerte” de Ramos Mejía, Biblioteca Popular de San Justo, Biblioteca de Isidro Casanova, etc.), ya que no disponemos de un lugar físico que nos aloje. Es un grupo heterogéneo de autores de diversos géneros, algunos de los cuales ya han publicado libros. En todos está el ánimo de reunirse, leer y mostrar a los demás las producciones, receptivos a quienes quieran sumarse. Participamos en las Ferias del Libro de Virrey del Pino, La Matanza, Moreno. Realizamos caminatas literarias con “Todos por el Bosque”, agrupación de Ciudad Evita. Estuvimos por segundo año consecutivo en la Feria del Libro de Buenos Aires, con lecturas en stand del Municipio de La Matanza, y en 2013 en la Biblioteca Nacional llevando a cabo un encuentro de escritores. Desde 2012 participamos del Festival “Palabra en el Mundo”: Poesía a las plazas, yendo a escuelas y bibliotecas a efectuar lecturas, talleres, presentaciones de libros. Desde 2011 el Municipio nos edita una antología anual con textos de cada integrante.
Mi inclusión en el Grupo Tapial Es Arte devino como consecuencia del otro. El Galpón Cultural de Tapiales tiene una década de labor consecutiva. Recuperaron un Galpón, llevaron música y poesía a ese lugar, donde los vecinos aportaban lo que sabían hacer. Luego, por cuestiones de intereses políticos, les sacaron ese espacio físico, pero no las ganas. Siguieron funcionando en bares de la zona, en la plaza, en la Sociedad de Fomento. Y desde hace cinco años organizan un Festival que empezó concebido para una semana y a partir de 2015, dura ¡UN MES! Los viernes, sábados y domingos de noviembre hay actividades en diversas zonas de Tapiales, escuelas, plaza
s, salón de eventos, Sociedad de Fomento, bares. Todas gratuitas. Se ofrecen muestra de coros, música y danzas folklóricas, tango, melódica, rock, jornada de plástica y fotografía, feria de libros independientes, talleres literarios para chicos y adultos, lecturas.
Es desde 2012 que con Fabián Juárez jugamos a buscarle la conexión a sus canciones y mis poemas en el espectáculo “Poemando Canciones”. En una tarde de 2014 conduje una réplica del taller literario “Palabrapan” en la Plaza de Tapiales, con niños que espontáneamente se acercaron y luego las expusieron leyendo sus producciones.


5 — Integrás el Colectivo Cultural Malapalabra.

EM — Ya con un año de existencia. Lo integramos las poetas y docentes Alba Murúa y María Sueldo Muller, el docente, historiador y cineasta Martín Biaggini, el poeta José Paredero, el diseñador, escritor y artista plástico Alberto Oris, el historiador y poeta Carlos Boragno y yo. La idea primaria fue la de reunirnos a compartir nuestros escritos, leer a otros, debatir. Hasta que nos centramos en publicar sobre un tema, cada mes, un cuaderno de cultura. Propiciamos una impronta nuestra, de La Matanza, con nuestras vivencias locales y cada uno desde su óptica: desde la poesía, la historia, la plástica, la fotografía. También contamos con dos o tres invitados por número. El cuaderno es financiado por nosotros mismos; lo vendemos, aunque a veces terminamos regalándolo. Tenemos una página en Facebook y allí reproducimos algunos escritos.


Hemos efectuado una presentación en octubre de 2015 en “Arte en Vivo”, en la Plaza Mitre de Ramos Mejía. Eventos que organizamos desde hace cuatro años, coordinados por el músico y docente Juan Carlos Freire, el docente y locutor Lucas Asensio y por mí; reunimos todas las artes en un día: bandas de música, poetas, exposición de fotografía y plástica, grafiteros, la orquesta sinfónica de la escuela Leopoldo Marechal, cuentos narrados, y en cada ocasión sumamos alguna disciplina. También hicimos una participación especial en el espectáculo poético-musical “La Besana de los Sueños”.


6 — ¿Libros sin editar?

EM — Dispongo de un número suficiente de poemas con la particularidad de que en cada uno se halla la palabra “entonces” y que quieren reunirse en un libro. Me ha ocurrido con los anteriores que llega una instancia de introspección, de creación; cuando una todavía no sabe qué será de ellos. Luego viene otra, cuando percibo que deben socializarse, porque ya queman y hay que hacerlos rodar y que prosigan su camino en libro. No tengo un título aún ni la editorial, pero sé que estoy en esa última etapa del proceso.
Permanecen inéditos un volumen para niños: “Y entonces el verde se mezcla con el amarillo” (poemas de mi autoría y dibujos de Analía Boccella) y un poemario con poemas y fotografías tomadas por mí: “El oro del monte de San Francisco” (que hacen referencia a una ciudad de la provincia de San Luis a la que suelo ir de vacaciones).


7 — ¿Y recuerdos de la infancia y de la adolescencia?


EM — Creo que, como la mayoría de la gente tengo muchos borrosos y algunos muy presentes. Con imágenes intactas. Como por ejemplo los que me llevan a las tardes de domingos en casa de mis abuelos maternos en La Tablada. Después de almorzar, los hombres de la familia: tíos, abuelo y papá se iban al comedor a jugar a las cartas, y la abuela, tías, primos y mamá nos quedábamos en la cocina, haciendo tortas fritas, cantando con mi tía que tocaba la guitarra o jugando a las radionovelas inventando historias que sonorizábamos. Ahora que lo rememoro, advierto la creatividad existente en esos encuentros. Y de la adolescencia, la imagen más vívida es de cuando me quedaba a dormir en la casa de una amiga y escuchábamos durante buena parte de la noche los casetes de Silvio Rodríguez. Sin mediar palabra, sólo escuchar y mi amiga daba vuelta el casete o ponía otro. Estas dos estampas mucho tienen que ver con mi relación actual con las palabras.


8 — ¿Te desenvolvés bien en la cocina o preferís que otros se pongan el delantal?

EM — Digamos que me desenvuelvo. No sé si demasiado bien. Pero en casa quien cocina soy yo. Disfruto mucho de hacer pizzas caseras y el momento de compartirla con mi familia o amigos. También me encanta cuando mi esposo hace un rico asado o pollos a la parrilla y yo sólo me encargo de lavar y cortar la ensalada. Todo esto sin delantal. La única que usaba delantal en mi familia era mi abuela.


9 — De un texto de Abelardo Castillo, transcribo: “…fueron un cuento y una novela de Hermann Hesse, cuyo sentido nunca llegué a comprender del todo en mi adolescencia, los que me entregaron, como hipnotizado a la literatura. Vale decir, al intento de justificar con palabras la existencia.” ¿Tenés detectado, Elizabeth, qué te volcó a la literatura?

EM — En mi infancia y adolescencia me gustaba escribir: cartitas, tarjetas, frases copiadas o letras de canciones. No era excesivamente lectora. Luego hubo un impasse. Más tarde, estudiando un post-grado de “Estimulación temprana”, una de las profesoras leyó un cuento de Ángeles Mastreta que me atrapó. Averigüé el título del libro que lo incluía, el nombre de la autora y me lo compré. Ese texto instaló mi fascinación con la literatura. Cómo esas palabras, esa historia de dos carillas podía ser tan real y tan poética, cómo me pude imaginar la situación, cómo me emocionó el final. Son inquietudes que no tienen resolución exacta, ya que para cada persona puede significar algo distinto y ésa es la magia.
Con la poesía me pasó algo similar, años después. En una capacitación docente, la profesora y escritora Lidia Blanco leyó poemas de Juan Gelman y Gioconda Belli. Rememoro la maravilla que me produjo escuchar y luego leer esas palabras hilvanadas con imágenes, atravesadas de dolor. Ese golpe de realidad tan dura, simple y a la vez bellamente escrita. Si bien ya estaba volcándome a leer y a escribir, estos episodios son los disparadores de mi relación definitiva con la literatura.


10 — ¿Qué textos considerás fundamentales en tu “educación poética” o qué autores te han marcado más?

EM — Como ya nombré, los primeros: Juan Gelman (el poema “Cerezas”), Ángeles Mastreta (“Mujeres de ojos grandes”). Mientras leía las últimas páginas de la novela “La mujer habitada” (de Gioconda Belli) y mi corazón latía como si lo estuviese viendo en una película. Eso me sorprende, me enamora de los relatos. La manera en que están escritos, que me sitúen en ese espacio-tiempo: creerlo. Por más absurdo que sea, si me lo creo: funciona. Como Cortázar y sus cuentos (“Casa tomada”, “Carta a una señorita en París”), Gabriel García Márquez, Franz Kafka, Isabel Allende. En esa línea he comprado libros de autores poco divulgados. También me apasioné con Abelardo Castillo y los primeros cuentos de Dalmiro Sáenz, bastante más realistas. Me falta todavía amigarme con Borges, me tengo que volver a acercar. Una cuenta pendiente.
En poesía, Alejandra Pizarnik, Diana Bellesi, Jorge Boccanera, Olga Orozco, Mario Benedetti, Irene Gruss, Javier Adúriz, Jorge Paolantonio. Y entre los más cercanos, los poetas compañeros como Eduardo Dalter, Carlos Dariel, Patricia Verón, David Birenbaum, con los que he compartido mesas de lectura, ciclos literarios y reflexiones acerca de la poesía propia.
Y en la mal llamada literatura infantil (porque como decía Graciela Cabal, la literatura es una) soy fanática de María Cristina Ramos, Graciela Montes, Gustavo Roldán, Laura Devetach, Graciela Cabal (mi hada madrina, inspiradora de mis primeros escritos), Luis María Pescetti y la inigualable María Elena Walsh.


11 — ¿Sos de prestar libros? ¿Le hacés saber al que demora en devolverte el ejemplar que ya es hora de que retorne a tu biblioteca?

EM — Sí, suelo prestar libros. A veces, los anoto. Pero siempre a gente que sé que ama los libros como yo. Cuando un libro me sedujo, quiero compartirlo. Y pienso a quién le puede gustar, a quién le puede llegar como a mí. Pero si no me lo devuelven no tengo vergüenza de pedirlo. Lo reclamo, hasta que algún día regrese. Puede ser que alguno se haya quedado a vivir en otra biblioteca.
A mis libros les pongo mi nombre. Antes, cuando venía escrito el precio en la primera hoja, me encantaba hacer eso de borrar la cifra para asentar mi nombre.


12 — ¿De qué escritores te atraen más sus avatares que la obra?

EM — Pocos. Alfonsina Storni, de quien me impacta más lo que sé de sus vicisitudes, su lucha para hacerse un lugar como poeta, que sus poemas en sí. Pero en general, amo a los escritores y sus vidas. Los tengo que querer por algo. Los leo porque los quiero y al revés. Igual me sucede con artistas plásticos o de cine o de televisión, de ésta o de épocas pasadas. Pepe Biondi, Niní Marshall, Marta Minujín, Antonio Berni, Frida Kahlo, Mercedes Sosa… y una lista interminable. Los admiro como artistas y sé que sus trayectorias están cargadas de encuentros, búsquedas, de recorrer los caminos más sinuosos para llegar hasta donde llegaron.


* Por Rolando Revagliatti

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