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El Vendedor de Flores 1942 - Diego Rivera
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Orlando Van Bredam nació el 23 de agosto de 1952 en Villa San Marcial, provincia de Entre Ríos, Argentina // Por
Rolando Revagliatti
De mi legajo
“asoma mi niñez sobre las tapias,/ a quién le pido un canto en la hora espléndida” Carlos Mastronardi
Aquí nací,
establecí en los ojos
la novedad de la luz y los contornos
de lo querido y lo rechazado.
Entre asombros y condenas
fui lamiendo
la índole triste de las pobres cosas:
llevé a mi boca tierra prometida,
legalicé el sabor de las raíces,
desbaraté ciudades fundadas por hormigas
y adquirí el ritmo tenaz de los metales.
En esa ausencia larga de juguetes
me ejercité en metáforas y símbolos,
hice mi código de tarros y botellas
y fui aviador
soldado
marinero
y maquinista de trenes lejanísimos.
Pero, también, es cierto:
tejí miedos
que quedaron en mí como lunares,
como manchas de una piel desasombrada,
contaminada de verdad terrestre.
Aquí nací,
mi corazón no puede precisar otro niño que el que inventan
la nostalgia feroz y esta desdicha
de saber que en su alma ya crecían
mi soledad desértica, mis ecos,
mi carcelaria intimidad,
mi resonancia.
(de “De mi legajo”)
*
Mientras dure la luz
Mientras dure la luz,
mientras mis ojos
celebren tu figura a mi costado
y mi cara salga a andar en los helechos
y se apiaden de mí todas las garzas,
diré que soy feliz,
que el mundo es esto:
una heredad con sol, un pan benigno,
un ramo de niños a la mesa.
Si supiera cantar, si mi voz diera
con el acento claro,
con el ritmo,
no escribiría más,
asolaría
la deliciosa flor de una guitarra;
porque el hombre que canta determina
un clima propio,
una estación andante,
una lluvia gozosa que nos llueve
donde él es una sola pulsación con su garganta.
Por eso agrego a este mundo mis palabras,
estas flores nocturnas,
estos vuelos,
este alunizaje solitario,
como una ofrenda a la luz que me convoca,
como una piedra común y taciturna
en la muralla cambiante del lenguaje.
(de “De mi legajo”)
*
Ruta con liebres
“he sido, tal vez, una rama de árbol,
una sombra de pájaro,
el reflejo de un río…”
Juan L. Ortiz
El auto es la nave en que avanzamos en medio de la noche
como si fuéramos los únicos habitantes del universo
que se deshace
detrás de la luz de nuestros faros
y se rearma una y otra vez
con la misma celeridad de las liebres.
Así vamos y venimos
por esta ruta llena de pozos y cráteres
y el tiempo inclina el silbido de las lechuzas
y a veces (como una ampolla en el asfalto)
hemos visto brotar el último oso hormiguero,
el recuerdo instantáneo de un tapir
que se empecina en ser. Vamos
como quien va a tientas con un bisturí
en una sala de operaciones
y sabe que la bala
puede deslizarse más allá de sus cálculos optimistas.
La vida cruje a nuestro alrededor
y siembra también anillos de silencio
que podemos escuchar
como una música escandalosa
en plena noche.
2
Ahora han salido las liebres,
primero dudan en el umbral de la ruta
y después se cruzan decididas,
embrujadas por esa luz extraterrestre,
por esos retazos de fosforescencia
que incendian el lugar
y desaparecen con la velocidad de los fantasmas
(que cuelgan sus rotosas vestiduras
en un puente blanco)
3
La luz inventa la ruta
y los caballos que pastan ahí cerca,
inventa los hormigueros gigantes
y desde luego,
también inventa este planeta, esta estepa sideral
(la ternura del rocío
que se desliza sobre el capot,
la música de una FM que pregunta
en medio de la noche
si dudamos sobre la existencia de Dios
y nos invita a dar un aleluya)
4
El auto sigue su marcha.
Ya no sabemos si vamos o venimos,
de dónde y hacia dónde,
ya no reconocemos origen ni destino,
sólo somos nuestro propio viaje,
condenados a una huida quieta
mientras el auto y las liebres se deslizan
por el agujero del tiempo.
Ruta 81, año 2002
(de “Lista de espera”)
*
Adán, el terrible
“No es bueno que el hombre esté solo” dijo Jehová e hizo caer un sueño profundo sobre Adán. Mientras éste dormía, tomó una de sus costillas y con ella hizo a la mujer.
Deslumbrado por la belleza de Eva, Adán jamás echó de menos la pérdida de su costilla. Es más: con los años, y ya expulsados del Paraíso, cada vez que discutía con Eva o la encontraba avejentada o ella fingía un dolor de cabeza, Adán se arrodillaba y entre ruegos le confiaba al viejo Jehová que se sentía muy solo y aún le quedaban muchas costillas innecesarias.
(de “Las armas que carga el diablo”)
*
Baile
El odio, a diferencia del amor, siempre es recíproco. El bailarín de tangos y la bailarina se despreciaban con la misma tenacidad con que alguna vez se quisieron. Sólo los unían la fama y contratos envidiables. Cada baile era un desafío a los mecanismos más profundos del rencor. Se deleitaban en esa humillación mutua más cercana a la perversidad que al oficio. Cuanto más se odiaban, más los aplaudían. Ella incorporó al vestuario inconsulto, dos largas trenzas criollas, vivaces y relampagueantes bajo la luz de los reflectores. Las agitaba como cadenas, como látigos, como sables. El soñaba con quebrarla sobre sus rodillas como una caña hueca. Se miraban siempre a los ojos, no dejaban de mirarse nunca en esa guerra bailada, en ese combate florido.
La noche que más los aplaudieron fue la última, cuando ella, después de tantos ensayos, logró enredar sus trenzas en el cuello del bailarín y siguió girando y girando hasta el último compás.
(de “No mirés nunca debajo de mi cama”)
*
Convivencia
—Es difícil vivir con una mujer conflictiva, que hace problemas por todo— dijo Juan.
—Cierto. O aquella que dice estar enferma. Siempre le duele algo— dijo Pedro.
—Así era mi mujer.
—¿Hipocondríaca?
—Eso. Hipocondríaca. Cuando no le dolía la cabeza, le dolían los ovarios o el vientre o el hígado.
—Es difícil vivir así.
—Cansa. Harta. Jode. Uno llega contento y ella saca a relucir sus dolores.
Largo silencio de Juan y Pedro.
—¿Te separaste?
—No —dijo Juan—, se murió.
(de “La vida te cambia los planes”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de El Colorado y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1000 kilómetros, Orlando Van Bredam y Rolando Revagliatti.
www.revagliatti.com
Para contactarnos:
escobarlarevistadigital@gmail.com
Antología en La Revista
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