La Editorial Losada, de Buenos Aires, publicó (mayo de 2016) un libro titulado 50 cuentos clásicos argentinos. De Juan María Gutiérrez a Enrique González Tuñón. Me ha tocado la muy agradable tarea de seleccionar los autores y de cuidar los detalles materiales de la edición. // Por Fernando Sorrentino - Fuente: https://letralia.com
Escribí una introducción; para no titularla “Prólogo” la llamé “Explicación”, aunque ese singular bien podría haber sido plural y convertirse en “Explicaciones”. Entre otras, expuse las siguientes:
Según creo, la compilación tiene el mérito de presentar, en un solo volumen, un repertorio narrativo de considerable amplitud, desperdigado hasta ahora en tantísimas publicaciones que suelen ser, por otra parte, de difícil o imposible hallazgo en la actualidad. De esta manera, el valor literario va acompañado por aportes documentales y didácticos.
Las fuentes de las que obtuve los textos casi nunca se caracterizan por la pulcritud de sus ediciones. De manera que, en homenaje a la juiciosa gramática y en repudio a escollos y tropiezos, corregí grafías erróneas y normalicé puntuaciones anárquicas.
Pero, además, ocurre que —desde hace tiempo— no estoy de acuerdo con ciertas normativas académicas más o menos recientes. De manera que, como editor del libro en cuestión, decidí darle más crédito a mi juicio que al ajeno y, en consecuencia, redacté la nota que se encuentra al pie de la página 8 y que dice lo siguiente:
Algunas observaciones sobre problemas de grafías. Cada tantos años, las diversas academias de la lengua española proponen introducir cambios en algunas normas ortotipográficas. Ciertas modificaciones se manifiestan más bien como órdenes, y otras, como consejos, sugerencias o recomendaciones. Ahora bien: puesto que me considero un individuo bastante sensato y con un, digamos, aceptable dominio del idioma español, prefiero, en varios puntos precisos, hacer uso de mi propio criterio y desentenderme de opiniones ajenas, sean del origen que fueren.
Tres ejemplos…
1 - Veo que cunde la equivocada costumbre de escribir el adjetivo ex fundido con el sustantivo que lo sigue: “El expresidente”. Disparate total: en este caso, ex no es prefijo (como sí lo es, por ejemplo, en extender) sino adjetivo y, por lo tanto, debe escribirse como palabra independiente: “El ex presidente”. Imaginemos esta oración: “El expreso llegó hasta el remoto pueblo”; podemos pensar que se trata, v. g., de un “tren expreso”. Pero, si se refiriese a alguien que ha salido de la cárcel, lo razonable es: “El ex preso llegó hasta el remoto pueblo”. En resumen: el adjetivo invariable e inconcordable ex es una palabra y, por ende, no un prefijo ni una sílaba.
2 - Pronombres demostrativos: este, ese, aquel, y sus femeninos y plurales. Nos bastará una décima de segundo para establecer si funcionan como adjetivos o como sustantivos, y, en este último caso, aplicarles la tilde correspondiente. Tal procedimiento se usó durante mucho tiempo, y resultó sencillo y racional. Pero ahora, según parece, deberíamos recurrir previamente a la engorrosa labor de determinar si existe o no anfibología para, sólo entonces, ganarnos el derecho de acentuarlos gráficamente, o no: labor molesta, inútil, antifuncional y dilapidadora de tiempo. Conclusión: en este libro los demostrativos sustantivos llevan tilde, y los demostrativos adjetivos, no. Ejemplo: “Ésta es la dueña de aquel auto”.
3 - Exactamente lo mismo ocurre con el vocablo solo/sólo. Si es adjetivo (= “único”, “sin compañía”), no lleva tilde; si es adverbio (= “solamente”, “únicamente”), sí: “Sólo hay, en la pinacoteca, un solo cuadro”.
Puse en marcha esta rebelión —espero que incruenta— en septiembre de 2015, cuando dejé concluido el original para la imprenta. Ahora el libro tiene existencia material y, lejos de hallarme arrepentido, puedo repetir lo que, a Arias Gonzalo, le contestó Diego Ordóñez: “Afírmome a lo dicho”.
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