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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Raúl O. Artola: poemas

El grito, de Edvard Munch

Raúl Orlando Artola nació el 5 de diciembre de 1947 en la ciudad de Las Flores, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside desde 1975 en Viedma, capital de la provincia de Río Negro. // Por Rolando Revagliatti

del barro a la madera


Estamos tocando la vida
con la punta de los dedos
como aquella vez que un hombre
encendió la primera palabra
y fundó el fuego,
ese hombre de barro original
reseco después de tantos siglos.
Con temor por la cornisa,
buscamos la madera perfecta
que soporte el paso de todas las aguas
y el calor de cada sol del universo.


Dioses pequeños, conmovedores gepettos
del asfalto y los relojes,
taumaturgos frustrados pero tercos,
bailarines del alma,
criaturas a cuerda con la boca cosida
y amores dispersos,
renovadas legañas del Ojo que duerme,
manos del hastío aburrido de sí mismo,
cañas que pujan por despertar los colores
de la paleta del último pintor
hecho con el barro viejo,
ése al que empiezan a crecerle
los pies y las piernas
de una extraña madera,
indestructible.

(de “Antes que nada”)

*

hombre frente a una ventana


La luz tiene cadalsos oscuros
que reciben su matriz desde la noche.
Mira el hombre los destellos intermitentes
detrás de la ventana
y completa los espacios con figuras astrales,
los caballos de las medias horas,
los gatos de quince minutos,
los lobos que vienen cada sesenta segundos
a bloquear los valles claros
en la pantalla de cine.
Y dos viejas encorvadas de luto
llevan flores a los muertos
para que con el perfume gocen.
La serenidad de la luz permite
estas agonías intrépidas
en su moviola segura y lenta.
El hombre sigue frente a la ventana
cuando escucha a sus espaldas
una rapsodia electrónica que le refuerza el alma
para sufrir todos los cadalsos,
una por una las tropillas,
la llegada felina de los cuartos.
Sin sobresalto, el hombre
mata puntualmente los lobos del minuto
y las viejas huyen con sus ramos inútiles.


(de “Antes que nada”)


*

El aire no es gratis


Tengo por especialidad el cero,
la nada, el escardillo,
la nata de la leche,
los palenques de almacén
de copas y ramos generales,
la sinrazón del miedo,
la espuma de los días,
el coraje de los chicos
en la escuela,
las escobillas de una batería,
el barro de los nidos,
la fisiología del pájaro,
que con poco se conforma.
Todo eso que no es mío
me viste el corazón y lo amuralla
de los vientos de la mala conciencia,
del pecado de no ser,
del ojo que no ve lo que gritan
las calles,
de la negrura que baja
de palcos y de púlpitos.
Y sólo a veces
alcanzan los andrajos
para abrigar esa lumbre indecisa,
un fueguito
al pie de mis desvelos,
luz que viene desde lejos
y nunca me abandona.

(Miro a mi compadre,
pita fuerte antes del trago
de ginebra y asiente
con un gesto de cabeza.
Me quedo más tranquilo).



(de “[teclados]”)

*


El eco del espejo


Como el preso que barrena
el fondo de su celda
y no halla nada
no hace el túnel no ve luz
se cansa solamente
y ni una mano vieja
encuentra en la tarea.

Como el minero con su pico
que abre paso en roca viva
por metal o piedras o carbones
sin descanso ni agua ni alimento
hasta que baja el sol
y se fatiga.

Como el hombre vencido
por algunas cuestiones con la vida
que rema una chalupa
en el desierto
y no hay brazos que alcancen
para mover esa madera
seca y clavada
en el sueño del agua.

Como el niño que besa el vidrio
del espejo y cree que besa
a un niño que se le parece
demasiado para ser real
y siente que el frío
de tan pulida superficie
es peligroso como el hielo.

Cae y golpea la nuca
en una silla y no hay nadie
y el grito que sale de su boca
no se oye no es un grito
es el espejo que repite
el beso como un eco
de los remos en la arena
como el pico del minero o del preso
que retumba en la nada
de la inmensa soledad.

(de “[teclados]”)

*


Landscape


En la pintura
se ve una gris
casa de leños,
antigua y sólida,
en medio del bosque.
Parece confortable,
un edén posible
para hacer la vida
libre y volátil
de la imaginación,
siembras y cosechas,
amores y comidas.
De pronto, el cuadro
se abre ante nosotros,
nos devora
y dentro encontramos
moho, alimañas,
tabiques vencidos
y un acre olor
a leños húmedos.
Vive gente allí
que se recela
y duermen
con un ojo abierto
y la mano
en el hacha.

(de “[teclados]”)

*


El cuerpo y el alma andan juntos. Hay pruebas de ello. A la mañana, cuando despertamos con el cuerpo dolorido, hemos tenido pesadillas, casi siempre, aunque no las recordemos. Otras veces, me dijo una mujer, nos sentimos angustiados, tristes, y los huesos se quejan amargamente. ¿Hace falta un manual médico o psicológico, que clasifique y mensure estas comprobaciones? ¿O una nueva Biblia que las parafrasee? Así habló mi amigo, el guardagujas de Zapotlán, con una cataplasma en la espalda y una pierna enyesada, mientras velaba un duelo extraño, la muerte de la calandria vespertina que vivía en un ciprés de su otro amigo, el publicista de Lisboa, que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral.

(de “Registros de hora prima”)


*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Viedma y Buenos Aires, distantes entre sí unos 900 kilómetros, Raúl Orlando Artola y Rolando Revagliatti.

www.revagliatti.com


Para contactarnosescobarlarevistadigital@gmail.com

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