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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Juan Carlos Villalba: Cuentos "A esa mina la conozco" y " Y me hizo llorar"

"A esa mina la conozco"


- ¡A esa mina la conozco!, dijo A cuando la vio venir caminando hacia “La Pérgola”.
Por aquel entonces, “el piropo” preferido por los muchachos que frecuentábamos el boliche era sentarse en la vereda y aplaudir, sin hacer ningún comentario, a todas las minas que pasaban (y que estaban buenas).
Aquel homenaje a la belleza de turno, por lo general, provocaba una sonrisa de agradecimiento, aunque alguna se sonrojaba o apuraba el paso.
A aquella mujer que se acercaba, lejos de sorprenderla, el aplauso pareció estimular su andar.
Moviéndose al estilo de una estrella de cine, saludó elegantemente con una sonrisa y ante la sorpresa de todos, entro al boliche.
- A esta mina la conozco, repitió A.
II
- No puede ser… rezongaba Juanqui mientras servia el café. Todos los colifas vienen a parar a este lugar…
- ¿Que pasa Juan?, preguntó B.
- Esta mina esta loca…. dice que es Betty Boop.
- Ahhh…. ¿No te dije que la conocía?, dijo A.
- ¿Y  quiere actuar en “La Pérgola”…? Dice que canta y baila, agregó Juanqui.
- Y que cante… total…, dijo B, encogiéndose de hombros.
Aquel comentario denota el acostumbramiento al absurdo que teníamos todos los que frecuentábamos el bar.
Inmediatamente pasó a ocupar la piecita del fondo (la que sirvió de camarín y refugio a “Gomina”,  “Monsieur Lagaver”, “Roger” y a tantos artistas y muchachos que recalaban en “La Pérgola”).
Al otro día, un cartel anunciaba: “De Hollywood a Escobar  – Betty Boop”.
En un lugar donde lo disparatado parecía no tener límites, no dejó de sorprender un solo día.
Cantaba, hablaba y se movía como si fuera realmente el personaje de Max Fleischer.
La noche de su debut fue increíble, habían cortado la luz por falta de pago y “Juanqui”, haciendo gala de su inagotable creatividad, inmediatamente colocó un cartel: “Hoy, Gran Show a la luz de las velas”.







En la puerta, él mismo iba entregando a cada persona que llegaba una rosa y una vela encendida con la que tenía que ir hasta su mesa.
Así, con ese marco “chic” que la necesidad había creado, debutó con un éxito extraordinario la inolvidable Betty Boop.
Aquel recurso escenográfico  siguió utilizándose aún después de haberse pagado la factura.
Si algún día se construyera ahí (como alguien propuso alguna vez), donde estaba “La Pérgola”, el Boulevard de las Estrellas o el Paseo de la Fama (como en Hollywood, donde las estrellas tienen su nombre y las manos grabadas en el cemento) nuestra “Betty Boop” tendría el lugar más destacado.
III
De todos los personajes que dejaron su huella en el lugar, Betty Boop fue, a mi entender, el mas frágil y necesitado de cariño.
En poco tiempo se ganó el afecto de todos, cosa que no perdía oportunidad de agradecer.
- Bienvenidos a casa, decía cada vez que iniciaba su espectáculo. Les voy a dar mi corazón… ¿Ustedes me van a dar su amor?, preguntaba mimosa y suspirando profundo agregaba: Aire que sobra… por alguien que falta, y comenzaba a cantar.
Tenía tanta ternura, simpatía y calidez aquella mujer, que en un lugar como “La Pérgola”, donde siempre se privilegió lo humano, cualquier crítica que pudiera hacerse a su show era inmediatamente superada o disculpada por esa condición.
IV
Al tiempo comenzaron unas largas y enternecedoras charlas telefónicas con un hijito que la esperaba, al que prometía mimar todo el tiempo, cuando regresara a casa.
Aquellas conversaciones no hubieran tenido nada de extraordinario sino fuera que el teléfono aquel llevaba varios meses inhabilitado por falta de pago.
Todos conocían aquel detalle, pero nadie se atrevió a hablar. Cada vez que levantaba el tubo, cada uno seguía con lo suyo como si no escuchara.
Cuando parecía que sería posible sostener aquella simulación indefinidamente, apareció el viejo Biondi y, al observar la escena, dijo con su enorme vozarrón.
- Ja, me quieren hacer creer que después de 6 meses pagaron el teléfono…
Betty Boop quedó paralizada. Se hizo un silencio sepulcral, profundo, tenso, tan incómodo que parecía interminable. Aquel clima fue interrumpido por Juanqui, que aprovechando el único sonido que se oía, dijo:
- Che Roger… te dije que arregles esa canilla, esa gotera me está volviendo loco, exageró.
Como un autómata, Betty Boop colgó el teléfono y se dirigió, caminando lentamente, a la piecita del fondo, donde toda la tarde se la escuchó llorar.
Esa noche, en su show se la notó muy triste, como desgarrada por tener que partir “en una gira organizada hacia mucho tiempo”.  Y aunque prometió volver, todos tuvimos la sensación de que jamás volveríamos a verla.
Al bajar del escenario pasó entre todos los que la aplaudíamos (esta vez, afectuosamente y con respeto) como si no nos viera (parecía Gloria Swanson en el final de “El ocaso de una vida”) y se perdió en la noche, mientras los aplausos seguían sonando.
Al otro día, el “Chivo” trajo una noticia que nos conmovió: “Anoche el tren mató a una mujer -dijo-, dicen que iba llorando”.
Nos quedamos en silencio, sin saber qué decir.
- Voy a arreglar la canilla, dijo Roger.
Fin




"Y me hizo llorar"





- Y… son cosas de la edad, decían los médicos.
  I
¡¡¡Rompe no paga!!! ¡¡¡Hoyo antes que quema!!! Todos los gritos y discusiones que el juego de bolitas provoca habían acaparado la atención de la directora, maestras y alumnos de la escuela Nº 20. Aquel griterío era algo común en cada recreo, pero aquella tarde tenía una particularidad. Uno de los “chicos”, que jugaba y discutía más que ninguno, era el Tío Verri, que tenía 87 años de edad.
Todo comenzó unos 5 ó 6 años antes, cuando el tío tuvo los primeros síntomas de arterosclerosis o demencia senil. Vivíamos muy cerca de la escuela y cada vez que sonaba la campana se ponía inquieto y quería ir a clase. Al principio aquellas reacciones nos causaban gracia, pero con los días el tema se tornó preocupante.
La tía, sin saber cómo manejar la situación, con tal de verlo feliz le compró un guardapolvo y una cartera escolar. Fue peor.
Se puso tan ansioso que había que tener la puerta con llave para que no escapara. Pero un día…
Cuando fuimos a buscarlo ya estaba sentado en el aula junto a todos los chicos, que ante lo insólito de la situación no podían contener la risa. Y el tío, feliz como hacia muchos años no se lo veía. Al querer llevarlo rompió a llorar de una manera tan conmovedora que la maestra nos pidió que lo dejáramos.
     II
Para el segundo recreo todos los vecinos estaban agolpados en la puerta de la escuela, tratando de ver al tío, que corría y jugaba como un chico.
Flaquito, menudo e inquieto, con guardapolvo blanco y medias tres cuartos (nunca supimos cómo las consiguió) solo se distinguía de los pibes por el pelo blanco. Las risas y agitación del juego del huevo podrido lo tenían como protagonista.
- ¡Dale Verri dale!, gritaba el “Polaco” Perkovski agitando su botella, mientras todos los vecinos reían a carcajadas, sin comprender que estaban presenciando un drama.
Como en un sainete de Vaccarezza, la tía se persignaba y repetía: “¡Que vergüenza… qué vergüenza!”
     III
Cuando sonó la campana de salida y la maestra lo invitó a arriar la bandera, creí que se quebraría por la emoción. Pero el tío, que amaba profundamente a la Argentina, enseguida se recompuso, sacó pecho y comenzó “Oración a la Bandera, de Joaquín V. González. Bandera de la Patria, celeste y blanca, símbolo de la unión y de la fuerza….”, y la dijo toda de memoria.
Al despedirse la maestra lo besó, mientras salía, a instancias de la directora, los chicos haciendo doble fila, lo aplaudieron.
Aquel aplauso se prolongó al llegar a la calle, pues todos los vecinos que estaban mirando se sumaron al homenaje, en una de las demostraciones de afecto más grande que un hombre pueda recibir en vida.
Al caminar por la vereda iba aferrado de mi brazo, tembloroso y feliz. En un extraño contrapunto se mezclaban risas, aplausos, lágrimas y emoción (parecía una película de Sandrini, en las que no sabés si reír o llorar).
Mientras golpeaba el bolsillo lleno de bolitas, me dijo:
La vita é bella…. bellísima
Oggi sono felice come un bambino
De pronto se detuvo y, como si oyera una música lejana, murmuró:
Aspetta un pó… ascolta che bella melodía (me apretó fuerte el brazo)
E la mía Mamma… E la mía Mamma
Y comenzó a entonar una vieja canción:
Quel Mazzolin di fiori 
Che vien dalla montagna
Quel mazzolin di fiori 
Che vien dalla montagna
E guarda ben che non si bagna
Ché lo voglio regalar…
Ché lo voglio regalar…
La vita é bella… la vita é bella… Caro mío… 
Peró… molto fugace (me dijo con la voz quebraba…)
…Y me hizo llorar.
FIN


Por Juan Carlos Villalba / Escobar – Buenos Aires
Para acceder a la biografía del autor, picar AQUI









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