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EL DISCO DE LA ABUELA de Juan Carlos Villalba

1)  ¿Qué dice la canción Abu..? - preguntaba yo  No se…mi amor…no se - contestaba emocionada.  ¿Y entonces porque lloras?  Tampoco lo se – decía – y se quedaba mirando a lo lejos, mientras me acariciaba entre melancólica y feliz.  Esta escena se repetía casi todos los domingos en casa de la abuela cada vez que ponía a sonar su disco preferido. Aquella música y esa voz maravillosa que cantaba en un idioma por entonces extraño para mí, me sugería  imágenes surrealistas, una especie de   pájaro inexplicable que cambiaba de formas y colores, según el momento y el tono de la melodía. Pero…              Porque lloraba la abuela..? Porque muchas veces terminamos abrazados y lagrimeando..? Que poder tenia aquella música para conmovernos de esa manera..? Durante muchos años me lo pregunte. 3)   Con el tiempo, convertido en adulto y amante de la música clásica, supe que aquel idioma era el francés, que aquella mujer de voz insuperable era María Callas, que el aria que

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Inutilidad del zapatazo de Carlos Rehermann

BRIGIDECES ERAN LAS DE ANTES: Ahora es bastante fácil enterarse de que “brígido” es un chilenismo para referirse a algo terrible. En Uruguay solía usarse, en círculos selectos, como calificativo para ciertas personalidades. // Autor: Carlos Rehermann - Fuente: Henciclopedia

Ahora es bastante fácil enterarse de que “brígido” es un chilenismo para referirse a algo terrible. En Uruguay solía usarse, en círculos selectos, como calificativo para ciertas personalidades. Recuerdo con precisión la circunstancia en la que se me educó en tal sentido. Un compañero de aventuras me había dicho de alguien que era un brígido. Cuando inquirí acerca del significado del vocablo, cuya esdrujularidad me hacía imaginar adecuado para designar rubias insensibles, abundó: “¿Viste a Nikita Kruschev cuando se sacó un zapato en las Naciones Unidas y aporreó el escritorio? Bueno, Nikita Kruschev era un brígido”.

Desde entonces entendí la acepción lunfarda nacional de brígido, pero sobre todo me interesó averiguar algo más acerca de los zapatazos de Kruschev en las Naciones Unidas. ¿Por qué el líder de una de las dos potencias que tenían en sus manos el destino de la humanidad tendría que ponerse a golpear su escritorio con un zapato? En general la gente que tiene el poder suele guardar las formas, hecho del cual extraigo la conclusión de que golpear el escritorio con un zapato es una forma claramente guardada, puesto que Kruschev tenía muchísimo poder. Lo que hay que tratar de identificar es el sentido de ese gesto extraño al decoro de los funcionarios y delegados que habitan la sede de la organización planetaria.

Circula en internet una foto que no convence: Kruschev, con gesto gritón, con el brazo en alto, parece sostener un mocasín. Si uno mira los registros cinematográficos y fotográficos del premier en sus comparecencias en las asambleas de las Naciones Unidas, verá que levantaba el puño con frecuencia. En la sesión del 12 de octubre de 1960 estaba tan indignado con algunos de los discursos que golpeaba violentamente el escritorio con el puño, junto con otros miembros de su delegación. Si se examina con cierta prevención la foto del mocasín, se verá que la forma del puño no concuerda con el gesto de sostener un objeto. Además, el mocasín, en funciones de martillo, está orientado al revés: la zona destinada a golpear no es el tacón sino el talón. ¿Cabe imaginar que un individuo capaz de subir al poder en medio de la jauría soviética post estalinista se equivoque al agarrar un mocasín? No: la foto es falsa.


Un artículo del periodista William Taubman, publicado en el New York Times en 2003, intenta establecer la verdad: ¿golpeó o no golpeó la mesa con su zapato el premier de la URSS Nikita Kruschev el 13 de octubre de 1960? Entre múltiples testimonios, Taubman recogió el de John Loengard, antiguo editor fotográfico de la revista Life. Loengard estaba en la Asamblea General de las Naciones Unidas ese día, y recuerda claramente el incidente del zapato. Su testimonio es notable: “Kruschev no golpeó el escritorio con su zapato, pero claramente tenía intención de hacerlo”. Al parecer puso el mocasín en el escritorio y lo señaló a algunos delegados árabes, como diciendo que iba a usarlo. Los fotógrafos (según Loengard, unos diez de varios medios muy importantes) estaban pendientes de Kruschev. “Si hubiera usado el zapato lo habrían fotografiado”, dijo. El gesto hacia los árabes podría tener algo de sentido, especialmente si se toma en cuenta que el calzado, para algunas culturas orientales, es un objeto que simboliza lo sucio y lo abyecto. Pero al parecer lo que indignó a la delegación soviética fue un discurso del representante de Filipinas, que reclamó a la URSS que dejara en paz a algunos de los países europeos que estaban bajo su, digamos, protección.


Taubman recogió unos cuantos testimonios más: algunos aseguran que Kruschev golpeó el escritorio con el zapato, y otros dicen que no lo golpeó. La nieta de Kruschev contó, en 2000, que en la familia había una explicación que tenía que ver con zapatos nuevos y apretados, un reloj que se caía al suelo debido a los golpes de puño del abuelo, y la circunstancia de haberse quitado los zapatos por el dolor de pies. En la autobiografía de Kruschev, que se publicó en 1971, el año de su muerte, Kruschev dice que una vez, en un contexto de rechazo a la dictadura de Franco, se sacó un zapato en las Naciones Unidas y contribuyó al alboroto general que se había producido, con golpes de su autoría. Nadie recuerda ese hecho.

Zapatos políticos ha habido y sigue habiendo. El incidente del ataque con zapato a George Bush, protagonizado por un periodista iraquí, demuestra que hay contenidos asociados a los zapatos que no deben menospreciarse. Algunos dirán que el intercambio de zapatazos es el vínculo más razonable que se podía mantener con Bush. Como sea, no puede haber dudas de que el zapatazo del iraquí fue un gesto político.



No se trata de una agresión material, radicalmente antipolítica, como la que sí intentó el diputado uruguayo Edison Rijo cuando arrojó un vaso de vidrio contra las barras, donde se encontraba María Almeida de Quinteros, madre de una asesinada por la dictadura. El zapato iraquí es otra cosa. Y el caso de Kruschev tiene interés porque sigue circulando como rumor, cincuenta años después de haber (o no haber) ocurrido.

La imagen de ese viejo regordete golpeando con su mocasín un escritorio me hace imaginar reuniones en viejos graneros rusos, donde todos eran más o menos iguales, y la manera de hacerse oír, en el calor de la discusión, tenía que ver con el grito o el alboroto de cualquier forma. Eso significa política. Todos tenían un zapato (o quizá un zueco) para reclamar su derecho a la palabra. Quienes tienen el respaldo de un grupo de poder, o una patota que los protege, o, peor aún, una “institución que los ampara” (cito a Roberto Appratto) no tienen la necesidad de alzar la voz. Esos pueden permanecer serenos.

Una persona puede verse obligada, de vez en cuando, a sacarse el zapato y aporrear el escritorio. El asunto es ¿qué relación hay entre el gesto de violencia y lo que hay para decir una vez que se asienta el polvo? No queda claro lo que dijo Kruschev después de sus hipotéticos zapatazos, pero se sabe lo que decía, en términos generales, calzado o no. Era, recuérdese, el sucesor de Stalin; en 1956 había pronunciado un discurso (conocido como “discurso secreto”) en el que denunciaba los crímenes del estalinismo. Por cierto, él mismo había hecho carrera al amparo de Stalin, de manera que su denuncia puede ser puesta en cuestión. Y si bien la famosa “crisis de los misiles” ocurrió durante su mandato, es bastante probable que él haya frenado algunos ímpetus guerreros de sus compatriotas, dignos compañeros del Doctor Strangelove.


No sabemos si golpeó un escritorio con su mocasín, pero ese es el detalle que lo convierte en una figura histórica cargada de peso político. Fue contemporáneo de John Kennedy, que también pasó a la historia a través de un acto físico convertido en político: su muerte. El caso de Kruschev es más complejo, o se carga de mayor significado, porque al parecer el acto nunca ocurrió. Pedir la palabra es una parte esencial del show del zapato. Los zapatazos en el escritorio tienen el objetivo de hacer espacio para que se lo escuche. Eso significa que tiene algo para decir. Es difícil imaginar en esta época, en cualquier parte del mundo, que haya la necesidad de agacharse, quitarse un zapato y ponerse a golpear el escritorio. ¿Para qué? Con ejemplar calma, los asambleístas evitan los discursos extremos, esperan el discurso del otro para tratar de acoplar sus palabras al tono precedente, y no se aventurarán a llamar demasiado la atención, no sea cosa de lograr un silencio expectante que les exija proferir alguna idea.

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